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José Baldó

 

Desde que tengo uso de razón siempre he sentido la necesidad de dejarme llevar por la cadencia de una buena historia. La narrativa, oral o escrita, ha sido tan importante en mi desarrollo personal como el descubrimiento del cine, la música, el sexo, la cerveza o la tortilla de patatas. No recuerdo un solo día de mi vida en el que no haya tenido un libro entre las manos, una película a la vista o el rumor de una voz amiga llenando mi cabeza de relatos insólitos y maravillosos. Uno de los más felices hallazgos de mi adolescencia se lo debo al insomnio y a la casualidad. Una madrugada, cansado de contar ovejas y con los ojos como platos, las agujas del dial de mi transistor tuvieron la dicha de detenerse en RNE para descubrirme el mítico programa Historias y a su creador, el escritor y periodista Juan José Plans. No exagero al afirmar que Plans, al igual que Ibáñez Serrador, contribuyó a moldear con sus dramatizaciones de los grandes clásicos del fantástico y el terror el gusto por el género de miles de aficionados.

En la actualidad, el auge de los podcasts ha propiciado un resurgimiento de las ficciones sonoras como fórmula de entretenimiento. Las plataformas Sonora, Podimo o Podium Podcast apuestan por acercar las añejas radionovelas a un público moderno acostumbrado a la narrativa, el ritmo y los personajes de las series de Netflix. En ese contexto surge en 2016 El gran apagón, un podcast creado por el guionista José A. Pérez Ledo que, siguiendo el espíritu de Orson Welles y su versión radiofónica de La guerra de los mundos, nos coloca en medio de un apocalipsis tecnológico como consecuencia de una tormenta solar que ha dejado sin luz a una buena parte del planeta. Estos días llega a nuestras pantallas su adaptación televisiva, sin duda una de las apuestas fuertes de la temporada por parte de Movistar Plus. Apagón es una serie antológica de cinco episodios que amplía el horizonte argumental del podcast y pivota entre la distopía ecologista, el relato de ciencia ficción de corte realista y el thriller de supervivencia. La elección de cinco directores para hacerse cargo de cada uno de los capítulos también influye en la variedad de tonos que adopta la serie, así como en las pretensiones de su discurso y en la moraleja final que imponen algunos de sus responsables.

Rodrigo Sorogoyen, Raúl Arévalo, Isa Campo, Alberto Rodríguez e Isaki Lacuesta colocan sus cámaras en diferentes estadios del conflicto y, aunque comparten escenario, cada uno consigue llevar la acción a su terreno y contar la historia desde un punto de vista concreto. La antología arranca en las horas posteriores al colapso con un primer episodio que se beneficia del buen pulso del director de El reino, la soberbia interpretación de Luis Callejo y un ritmo frenético capaz de dejar sin aliento al espectador más curtido. A partir de ahí, Apagón nos traslada al servicio de urgencias de un hospital, a un idílico entorno rural amenazado por la llegada del hombre de la gran ciudad e, incluso, a una “home invasion” en un urbanización pija inspirada en el clásico del terror patrio ¿Quién puede matar a un niño?

Una de las pocas objeciones que se pueden hacer a la serie es su gran parecido con dos producciones que, por desgracia, nos han llegado antes que Apagón. Por un lado, Después del huracán (Apple TV), una miniserie que narra las secuelas que el huracán Katrina dejó en un hospital de Nueva Orleans. Y, sobre todo, El colapso, auténtico hito de la televisión francesa, mucho más pesimista que la propuesta española pero igualmente imprescindible.

Y ahora, si me disculpan, tengo un poco de prisa. He de llenar las despensas con papel higiénico, cervezas y harina… ya saben, por si las moscas.