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Lupin, el problema final Lupin, el problema final

Lupin, el problema final

José Baldó

En 1905, en el número de julio de la revista francesa Je sais tout, aparece publicada la primera aventura de Arsène Lupin, el célebre ladrón de guante blanco creado por el escritor Maurice Leblanc. Lupin, la respuesta gala al detective Sherlock Holmes, se convirtió muy pronto en un éxito sin precedentes y, al igual que ocurrió con Arthur Conan Doyle, la popularidad del personaje acabo eclipsando los logros de su padre literario. Leblanc ideó un héroe más romántico y seductor que el frío Holmes, una suerte de Robin Hood francés que llegó a protagonizar una veintena de novelas y relatos, adaptaciones al cine y series de televisión.

Como apunte curioso, en una de las entregas llegó a enfrentarse con el mismísimo inquilino del 221b de Baker Street, un atrevimiento que el autor de Estudio en escarlata no vio con buenos ojos y que obligó a Leblanc a rebautizar a su némesis inglesa en el título Arsène Lupin contra Herlock Sholmès.

Y aquí me tienen, con ojeras de mapache, sin haber pegado ojo en toda la noche y exhausto tras haber disfrutado del tirón de la tercera temporada de Lupin. El laureado actor Omar Sy (Intocable) vuelve a ponerse en la piel de Assane Diop, una  versión moderna del célebre caballero ladrón que va siempre un paso por delante de la policía. No se trata del Lupin literario, sino de un admirador del personaje que utiliza su destreza camaleónica para llevar a cabo sofisticados robos.

A principios de 2021 aterrizaba en Netflix, sin boato ni fanfarria, una de las series más aplaudidas de los últimos años. Una producción francesa creada por el guionista George Kay, responsable de títulos sobresalientes como Criminal y Secuestro en el aire, que se ha convertido en el mayor éxito europeo de la plataforma por delante de las celebradísimas Dark y La casa de papel. En ella, un escurridizo ladrón que arrastra un pasado traumático urde un plan para esclarecer la muerte de su padre, un hombre inocente acusado de un crimen que no cometió cuando el protagonista era tan solo un niño. A partir de aquí, la serie se sirve de continuos flashbacks para hacernos partícipes del duelo que arrastra Assane y darnos a conocer los motivos que le instan a vengarse del poderoso Hubert Pellegrini.

Esta tercera temporada cumple con la máxima universal que toda secuela o continuación debe asumir a pies juntillas: si algo funciona… ¡no lo toques! En estos siete nuevos capítulos de Lupin, el seguidor fiel del personaje sabe lo que tiene entre manos: una producción ágil y estilosa, con una trama adictiva que hace de la sencillez su mayor virtud y un actor carismático capaz de echarse a las espaldas todo el peso de la serie.

Ahora, Assane ya es un personaje público; la policía ha logrado desenmascararlo y, con ello, ha perdido la invulnerabilidad que le proporcionaba el anonimato. No obstante, la partida no ha terminado. Nuestro héroe deberá limpiar su nombre, enfrentarse a un villano a la altura de las circunstancias y luchar para reunirse sano y salvo junto a su familia.

Desde que terminé la serie, rezo cada noche para que Netflix se arme de valor y nos regale una última aventura de Lupin, una fusión exótica como la que ideó el bueno de Maurice Leblanc. Ojalá un enfrentamiento final en la cima de las cataratas Reichenbach. Un duelo de franquicias entre el ladrón francés y Sherlock Holmes o, lo que es lo mismo, entre las estrellas Omar Sy y Benedict Cumberbatch. Un giro de guion rocambolesco que firmaría hasta el mismísimo Conan Doyle.