Síguenos
‘Poquita fe’ vuelve por todo lo alto ‘Poquita fe’ vuelve por todo lo alto

‘Poquita fe’ vuelve por todo lo alto

banner click 236 banner 236
José Baldó
¿Y qué demonios hago ahora con mi vida? Dos años esperando el regreso de Berta y José Ramón, los protagonistas de la serie Poquita fe, y voy y me zampo la segunda temporada del tirón, en una sola tarde. 

Los guionistas Pepón Montero y Juan Maidagán se han hecho de rogar, pero finalmente han logrado la proeza de ir más allá del concepto original y conseguir que este pequeño relato costumbrista sobre la vida en pareja se convierta en una de las comedias españolas más relevantes de lo que llevamos de siglo. 

En esta ocasión, el punto de partida coloca a los dos protagonistas en la dura tarea de encontrar un nuevo lugar en el que vivir. 

Las risas están garantizadas: situaciones hilarantes y caóticas narradas como si de un reality se tratara, con los personajes en el confesionario hablando directamente a la cámara, y un despliegue apabullante de chistes que hacen de la serie un entretenimiento imprescindible.

Un milagro televisivo

Raúl Cimas y Esperanza Pedreño vuelven a dar vida a José Ramón y Berta, la pareja pánfila y abúlica que, de repente, se ve obligada a abandonar su zona de confort. Sin techo y con las dificultades de encontrar un nuevo piso, deberán enfrentarse al doloroso trance de volver a casa de sus padres. Allí les aguardan los peligros de la convivencia, la pérdida de la intimidad —al apuro de ver a la suegra en paños menores se suma la terrible incomodidad de enfrentarse a un suegro con la bragueta bajada y sin calzoncillos— o los malabarismos que deben hacer para poder mantener relaciones sexuales. Por si fuera poco, el regreso al hogar de la hermana de Berta, embarazada y abandonada por su novia, complica la relación de los protagonistas. Sin espacio para todos, José Ramón decide marcharse una temporada con su madre —la grandísima actriz Marta Fernández-Muro—, una excéntrica mujer que acaba de iniciar una relación amorosa con un ecuatoriano que se pasa el día disfrazado de oso. La experiencia no es positiva y el personaje de Cimas acaba compartiendo piso con uno de sus compañeros de trabajo. A medida que se separan los dos protagonistas, su relación comienza a tambalearse. Surgen las dudas y también los miedos, fundamentalmente los de José Ramón, un tipo que viste chándal y riñonera, y que no se parece en nada al príncipe azul con el que Berta soñaba de niña.

El resto es un sinfín de gags descacharrantes donde Montero y Maidagán echan el resto. Desde el anciano que se hace youtuber para grabar unboxings de medicamentos al neonazi que es incapaz de dibujar correctamente una esvástica. También, las antológicas meteduras de pata de José Ramón y las delirantes escenas en su trabajo como vigilante de seguridad. Ya sea buscando el wifi perdido o “jubilando” un viejo detector de metales, la serie encuentra en el humor absurdo y el esperpento los dos grandes aliados para arrancarle una carcajada al espectador. 

Además de los geniales Cimas y Pedreño, es un gustazo reencontrarse con el resto de los personajes que conocimos en la primera temporada. Mención especial para el tándem formado por María Jesús Hoyos y Juan Lombardero, los sufridos padres de Berta, y Chani Martín, ese vecino sin nombre que se erige como heredero natural del mejor López Vázquez. 

Estamos de enhorabuena. No todos los días surgen comedias tan inteligentes como esta, capaces de retratar la cruda realidad y, al mismo tiempo, lograr que el respetable se vaya a la cama con una sonrisa (cabrona) dibujada en los labios. Y todo ello, en tan solo ocho capítulos de poco más de quince minutos de duración. Movistar Plus+ nos devuelve la fe, aunque sea poquito a poco.