Síguenos
Tamara Superestar Tamara Superestar

Tamara Superestar

banner click 236 banner 236
José Baldó

Hace años que Crónicas marcianas dejó de ser solamente el título de una de las mejores novelas de ciencia ficción de todos los tiempos. Bajo ese nombre, en 1997, llegaba a las madrugadas de Telecinco el late show por antonomasia. Con Pepe Navarro y su Mississippi durmiendo el sueño de los justos, el programa de televisión liderado por Xavier Sardá se convirtió en el culpable de la falta de sueño de miles de españoles. Cada noche, Crónicas marcianas conjuraba en su plató a una fauna de personajes extraños, a medio camino entre el genio y la locura, que terminarían devorados por los estigmas de sus propias caricaturas. Mentiría si dijera que jamás vi un solo minuto del programa o que no esperaba despierto hasta las tantas para ver a los expulsados de Gran hermano y a Coto Matamoros tirarse de los pelos -este último en sentido figurado-. Todos tenemos un pasado y no sólo de Ciudadano Kane vive el hombre, ya es hora de reconocer que los (des)encantos de la telebasura tienen tanta importancia en la formación cultural de las audiencias como el rosco de Pasapalabra o los documentales de La 2. Precisamente, fue en ese cajón desastre de nombre bradburyano donde muchos de nosotros escuchamos por primera vez el No cambié de marras. Canción que convirtió a Tamara -más tarde Ámbar, después Yurena- en musa del trash y el pop de marca blanca; la estrella más rutilante de un grupo de freaks y marginados a los que la prensa llegó a tildar de fenómeno mediático, casi un experimento sociológico: el tamarismo.

Hoy, 25 años después, el cineasta Nacho Vigalondo se une a Los Javis -Ambrossi y Calvo, aquí sólo productores- para recrear el auge y la caída de un personaje al que muchos habíamos olvidado. Superestar (Netflix) sigue al dedillo la máxima de John Ford en El hombre que mató a Liberty Valance, “Cuando la leyenda se convierte en realidad, publica la leyenda”.

Vigalondo huye del biopic tradicional, echa a volar su imaginación y asume el reto de fabular acerca de la peripecia vital de sus protagonistas; la comedia, el drama e, incluso, la ciencia ficción tienen cabida en este ejercicio surrealista de memoria histórica reciente. Personajes como Tamara, Paco Porras, Leonardo Dantés, Tony Genil, Loli Álvarez y Arlequín se convierten en los héroes y víctimas de una fantasía con más sombras que luces; un descenso a los infiernos de la fama filmado a través del espejo cóncavo del esperpento. 

Superestar es excesiva, grotesca y, precisamente por todo ello, hipnótica. Sus responsables no tienen reparos a la hora de colocar a Paco Porras en una orgia a lo Eyes Wide Shut, esconder a Michael Jackson en casa de Tony Genil y darle de comer macarrones por toda la eternidad o convertir a Margarita Seisdedos y su icónico ladrillo en la nueva señora del leño de Twin Peaks. Kubrick, Lynch, Valle-Inclán y el talento inmenso de Vigalondo al servicio de una producción capaz de ganar por goleada a cualquiera de los estrenos random de Netflix.

Y me he dejado lo mejor para el final. La miniserie cuenta con un elenco de actores y actrices que, más allá del parecido físico, se meten en la piel de estos estrafalarios personajes sin caer en el patetismo. No sólo Ingrid García-Jonsson -auténtica doble de la Tamara original-, también Carlos Areces, Natalia de Molina o Secun de la Rosa -un Leonardo Dantés capaz de llevar al espectador hasta la lágrima- logran la proeza de convertirse en sus referentes de carne y hueso, y que el resultado no parezca una performance de Tu cara me suena.