

Esta historia comienza con un hit que dejó pasmado al mismísimo Risto Mejide:
“No existe vara con la que tú nos midas
Me convierte en oro porque es reina Midas
Somos comestibles, nos vestimos con comida
Yo me como tu materia prima.”
Y el estribillo repite de forma machacona:
“Cómeme el donut, cómeme el donut, cómeme el donut.”
Exactamente lo que pensé al abrir un sobre blanco que rezaba, en letras verdes, “Información de interés público”. Firmaban Ecovidrio y el Ayuntamiento de Teruel. Anuncian más contenedores verdes y nos recuerdan, con paternalismo institucional, que tenemos la obligación de reciclar en casa.
Cómeme el donut.
Mientras media Europa avanza hacia modelos más eficaces como el sistema de Depósito, Devolución y Retorno (SDDR), que alcanza tasas de reciclaje superiores al 90 %, aquí seguimos apostando por el mismo contenedor verde de siempre, el agujerito de la tranquilidad que me da saber que estoy haciendo algo por el planeta. Como quien peca y luego va corriendo a confesarse esperando recibir la absolución.
Estos contenedores verdes forman parte de un sistema monopolizado durante décadas por una única entidad —Ecovidrio—, advertido ya por la CNMC por su falta de competencia, y cuestionado por Greenpeace por inflar sus cifras. Pero claro, tú sigue tirando tu botella mientras canturreas Cómeme el donut y sigues comprando como “si fueras millonaria” y tuviéramos un planeta de repuesto.
La semana pasada salía de casa y me encontré con la imagen costumbrista de un perro meando litros de orina que bajaban como el Turia en época de lluvias, su dueña no tuvo ni una pizca de vergüenza en seguir caminando sin limpiar la meada cuando el animal acabó. Le llamé la atención y me contestó que su perro no tenía obligación alguna, que la calle ya estaba bastante sucia y un poquito más no iba a solucionar el tema. Al recordarle que hay una normativa municipal que obliga a las dueñas de perros, no a los perros, a llevar una botellita de agua para limpiar restos de orines me dijo “Cómeme el donut” y se dio media vuelta.
El lunes estaba dispuesta a regalarme un vestido veraniego, fresquito, bonito y de mi talla. Fui a uno de los comercios de nuestra ciudad donde la dependienta se empeñó en no venderme nada, mi cuerpo no normativo tenía cero posibilidades en sus perchas por mucho que yo me empeñara. En otros tiempos me hubiera ido con sensación de vergüenza o culpa por no entrar en las normas de belleza minúscula, pero el otro día, me di media vuelta mientras canturreaba:
“No existe vara con la que tú nos midas
Me convierte en oro porque es reina Midas
Somos comestibles, nos vestimos con comida
Yo me como tu materia prima.
Cómeme el donut, có-me-me-el-do-nut”,
moviendo las caderas rotunda y exageradamente, ocupando casi toda la tienda.