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“Arriesgarme a la tremenda locura de probar algo nuevo”. Así dejamos hace exactamente un año al señor sin bigote que había votado esa misma mañana. Echemos un vistazo a su vida, 366 días después.

El señor sin bigote ha tomado el café de la vieja cafetera italiana de 9 tazas, ha hecho la cama, se ha duchado y salido a la calle como todas las mañanas en los últimos 20 años.

Siempre, aunque sea fiesta, se levanta a las 7,17, desayuna, se ducha, hace la cama, se viste con la camisa planchada del día anterior y sale a la calle.

Si es día de labor da 3.457 pasos hasta el trabajo. Si es fiesta da 3.457 pasos hasta la puerta del trabajo.

Lleva más de 20 años haciendo este recorrido. Sabe perfectamente como es cada metro del recorrido, el pavimento, las alcantarillas, las aceras, las papeleras... en este tiempo solo han cambiado algunos chicles pegados en el suelo.

Lo sabe porque su mirada siempre es baja, no quiere ver a nadie a esa hora y esquiva cualquier encuentro con otra persona.

Una vida sencilla, sin mucho lio, eso es lo que siempre ha querido y se ha procurado.

Esta mañana, exactamente a las 7,53, en el paso número 2.876, al girar la esquina de la farmacia, un golpe seco le ha sacado de su cuenta. Una mujer con gorra azul giraba la esquina pegada a la pared, con mucho cuidado de no pisar las rayas que dibuja el pavimento en el suelo, ha chocado de frente contra el señor sin bigote.

La bolsa llena de patatas se ha caído y desparramado por el suelo. Los dos paralizados por el susto han acertado a mirarse a los ojos y han visto el pánico reflejado como en un espejo.

Las patatas siguen rodando calle abajo y nuestros dos protagonistas son incapaces de moverse.

Hay una mujer en la calle que corre tras las patatas e intenta cogerlas sin éxito.

El señor sin bigote ve pasar toda su vida, como una película, “estoy muerto” piensa. La señora de la gorra azul, siente un pinchazo fuerte en el hombro derecho y sabe que está viva pero no sabe cómo continuar con su vida.

Pasan unos segundos que parecen años. De hecho, son años.

Son años perdidos de ir por el mismo camino, de contar pasos, de no pisar rayas, de llevar la mirada baja, de no sentir nada, de no meterse en líos, de vivir a medio gas sin tomar decisiones, siguiendo el mismo camino desgastado de todos los días.

Este golpe les ha sacudido por fuera y por dentro y el cuerpo les grita un cambio. Perder la cuenta, salir de la hilera, tirar la gorra, dejarse bigote... durante unos segundos lo piensan, lo visualizan, lo ven claro.

Se miran a los ojos, respiran, se recomponen, están a punto de dar el salto, de cambiar, de vivir...

Un escalofrío recorre sus cuerpos, como si les hubiese dado una descarga eléctrica, un reseteo, un impulso, solo es cuestión de decidir.

Levantar la vista, ver la torre, el cielo azul, los balcones con flores, las caras de la gente, la voz que sale como un hilillo fino ¿estás bien? Es solo cuestión de elegir...

El señor sin bigote respira profundamente, echa un pie hacia delante y mentalmente se dice 2.877.