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May Serrano

Siempre nos han dicho que España es un país de envidiosos y arrastramos el título con pesar asumiendo que así somos. Sale a relucir en cualquier conversación y sirve de excusa para cualquier maldad que se nos pase por la cabeza. Va muy unida a los celos. Parecen sentimientos irracionales que te atrapan y no te dejan tomar decisiones, de hecho hasta hace no tanto tiempo los celos eran un atenuante, el caso es que si por casualidad te atrapan automáticamente te convierten en mala persona capaz de cualquier cosa.

Sin embargo, a mí la envidia me gusta. Me da pistas. Me sirve de motor. Sentir envidia me ha llevado a sitios en los que nunca me había imaginado antes.

Por ejemplo, hace 7 años me moría de envidia viendo a la gente que nadaba en el mar. A mí me gusta mucho nadar y hacia lo que podía en la piscina pero cada vez que iba a la playa y veía a algunas personas enfundadas en el neopreno y con la boya atada a la cintura, me invadía una envidia por todo el cuerpo que no llegaba a entender. ¡Yo. con lo friolera que soy! y además ¡de secano!  (Recuerden que yo vivía en Bilbao y el Cantábrico no es precisamente un jacuzzi)

Al principio no me hice ni caso, claro, pero es que este sentimiento con tan mala fama en mi cuerpo actúa como motor.

Cada vez que siento esa punzada en el corazón o la boca del estómago me pregunto ¿de verdad lo quieres? ¡Pues hazlo!

Fiel a mi estrategia me apunté a un curso de natación en aguas abiertas, junto con 20 triatletas y, efectivamente, ¡nadar en el mar me encantó! Disfruté mucho de cada brazada, tanto que no sentí el frío. Gané confianza y perdí el miedo.

Lo que no me gustó tanto fue el ambiente de competición, pensar en tiempos y carreras. Lo mio iba más buscando el disfrute así que decidí organizar un grupo de mujeres que nadan en el mar y lo bauticé Orcamaris.

La envidia me sirvió para ponerme en marcha, hacer palanca y buscar lo que a mí me hacía feliz. Casualidad que a otras 140 mujeres también les gustara nadar en el mar...

La primera punzada de envidia siempre es agria, te lleva a un lugar marginal y victimista ¿por qué a mi no? Creo que es a esta sensación a la que se refieren cuando hablan de “la envidia es lo peor” desde el papel de “pobrecita de mí” poco o nada se puede hacer.

¿Pero se imaginan todo lo que la envidia podría mover si en vez de aferrarnos al berrinche pasamos a la acción?

Esta sería la secuencia:

1. Veo a alguien que tiene algo que yo no tengo. Por ejemplo, unas ventajas económicas en su comunidad autonómica.

2. Siento ese pellizco en el corazón que me dice que yo también lo quiero. Me noto que me hago pequeñita, respiro y me pregunto: “¿Realmente yo quiero tener ventajas fiscales?”

3. Si la respuesta es sí, dejo que el aire entre de nuevo en todo mi cuerpo y me haga crecer, sentirme grande, merecedora. Entonces puedo echar un vistazo y ver como lo ha hecho esa comunidad autónoma. Puede que sus artimañas no me convenzan, ok.

4. Lejos de achicarme y lloriquear de nuevo voy a ver qué herramientas tengo yo para conseguirlo. Por ejemplo, me estudio los programas electorales de todos los partidos y voto al que incluya en sus promesas trabajar para obtener las ventajas fiscales que necesitamos para luchar contra la despoblación en nuestra tierra.

5. Cuando llega el 23 de julio voy y le voto a ese partido. Aunque nunca antes les haya votado.

¿Se imaginan cuando digan que España es un país de envidiosas y todas respondamos orgullosas ¡Sí, Gracias!? Yo sí! Me encantaría...