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May Serrano

Iba a escribir sobre la lluvia de promesas que está cayendo estos días sobre nuestras cabezas pero es que me ha dado pereza así que resumiré lo que quería decir con una frase de mi abuelo “prometer se hizo para alegrar no para dar”. Y nos pido que lo tengamos en cuenta el próximo 28 cuando vayamos a ejercer nuestro derecho de votar.

Prometer es superfácil.

Yo, por ejemplo, me he prometido a mí misma que no volveré a fumar y ahora mismo me muero por ponerme unas zapatillas y bajar al estanco en pijama sin lavarme la cara, comprame una cajetilla y fumarme uno tras otro todos los puritos en la misma puerta.

También me imagino fumando las colillas que veo por la calle. Por cierto, ¿se han dado cuenta TODAS las colillas que hay en la calle?

Prometer es muy fácil se complica cuando intentas ponerlo en práctica. Mantenerte en el deseo, en la necesidad real y no dejarte llevar por la inercia.

No quiero fumar, mi cuerpo no quiere fumar pero mi inercia me lleva a imaginarme sentada al sol con una caña y echando humo por la boca...mmm

En vez de correr al estanco me he prometido que fumaré el sábado, me lo he creído y aguantaré tan contenta.

Tenía razón mi abuelo, recibir una promesa te alegra el corazón. Pasa todo el tiempo: en una entrevista de trabajo “ya te llamaremos”, en una boda “hasta que la muerte nos separe”, en la calle en pleno capazo “tenemos que quedar”. ¡Subidón!

Tu cabeza empieza a soñar y te ves tomando un café con esa persona mientras le cuentas qque te has jubilado de ese trabajo y vives tus años dorados con ese señor.

Aunque la cabeza quiere creer que es cierto el cuerpo sabe que nada de esto va a pasar.

Se siente un leve pinchacito en el corazón, casi imperceptible, por donde vas perdiendo aire, te vas deshinchando, la alegría sale para dejar paso al sabor amargo de la decepción.

“Pero si me dijo que ...” rellene la linea de puntos con lo que proceda.

Tantas veces ha venido a mi mente la frasecita de mi abuelo que me he creado un método para no caer en la trampa. Hace ya un tiempo que cuando oigo una promesa la paso por la máquina de la experiencia. Osea, que me fijo con atención en las acciones que esta persona ha hecho, no en sus palabras.

¡Funciona a la perfección!

No importa lo maravilloso que suena lo que dices que yo voy a escuchar tus acciones. Me sirve igual para decidir mi voto en las municipales que para elegir administrador en mi comunidad de vecinas o no tomar café con algunas personas.

No me importan tus palabras.

Me fijo en tus acciones y si no se corresponden unas con otras voy a dar más crédito a los hechos.

Ahí es donde entra en juego mi responsabilidad.

Yo te voy a escuchar con atención y voy a repasar cuidadosamente si lo que dices se corresponde con lo que haces. Es una cuestión matemática. Si prometes 3 pero yo veo que tienes 2 no me salen las cuentas. Si a pesar de verlo claramente te voto por seguir con mi inercia yo soy tan responsable como tú de lo que pase.

Ups! ¡pues al final sí que he hablado un poquito de las elecciones! Ya les habia dicho que prometer no se hizo para dar ¡lo mismo voy y me echo un cigarro!