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Reyes, peones… y actitud Reyes, peones… y actitud

Reyes, peones… y actitud

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José Iribas S. Boado

Allá por los ochenta, en un pueblo cercano al mío, me contaron que, al morir un vecino, alguien comentó con solemnidad:

- No somos nada…

A lo que otro respondió sin pestañear:

- ¡No serás tú, que yo soy teniente de alcalde!

La anécdota tiene su gracia, pero me recordó esa frase tan insoportable: “¿No sabe usted con quién está hablando?”. Pregunta que casi siempre merece la misma respuesta: “Sí: con un impresentable”.

No es cosa de chulería verbal. Hay actitudes que delatan que algunos han confundido servicio público con privilegio vitalicio. Recuerdo que, a un diputado que había perdido su escaño, alguien le dijo con sorna:

- Has caído en el artículo 14.

Para quien no lo recuerde, ese artículo de nuestra Constitución dice que todos somos iguales ante la ley. Como si algunos alguna vez hubieran salido de ahí…

Luego nos extrañamos de que la gente hable de “castas” o se distancie de la política. Pero la verdad es que ciertas maneras -y ciertos modos de mirar por encima del hombro- acaban calando. Y cuando cala la idea de que “ todos somos iguales, pero unos son más iguales que otros”, la desafección está servida. Y con razón. La ley debe ser igual para todos.

No parece que vivamos precisamente esos tiempos. Sé de algún país, en el que si circulas a 40 kms/h y debes ir a 30, te multan. Y vaya que si lo pagas. Sin embargo (nunca mejor dicho) si cometes algún delito de gran repercusión, puedes acabar indultado o amnistiado. Y pelillos a la mar.

Pero no me quiero ir por los cerros de Úbeda. Hoy quería hablarte de la actitud que conviene mantener cuando uno “sube” en la vida… y cuando le toca “bajar”. Y no debería haber gran diferencia entre ambas. La palabra clave es la misma: servicio. Y, si toca bajar, dos palabras más: labor cumplida.

Conviene no olvidar el refrán: Cuando subas a la cima, fíjate bien a quién pasas; te los encontrarás a todos cuando bajes. La versión fea cambia “pasas” por “pisas”… y es justo la que habría que desterrar.

Porque, como en el ajedrez, cuando la partida acaba, el rey y el peón vuelven a la misma caja.

Hace tiempo leí un cuento sencillo, pero con miga. Un viajero subía interminables escaleras empinadas. Notó que avanzaba mejor si inclinaba un poco el cuerpo y agachaba la cabeza. Al bajar por ese mismo tramo, descubrió que lo hacía más fácil si erguía la espalda y levantaba la cabeza.

Y pensó: en la vida pasa igual. Es mejor ascender con humildad… y descender con dignidad.

Humildad y dignidad. Dos recetas simples y profundas para cualquiera. Porque aquí, al final, todos -reyes o peones- acabamos en la misma caja. La diferencia está en cómo hemos jugado la partida.