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Servir y no servirse Servir y no servirse
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José Iribas S. Boado

Afirmaba Jonathan Swift que “la mayoría de las personas son como los alfileres: sus cabezas no son lo más importante”.

No sé si estarás de acuerdo o no, pero pienso que hay gente que sí discurre. Y mucho. A veces para bien. Y a veces… para mal. Como los alfileres, que si se usan sin tino, acaban pinchando donde más duele.

Un profesor del IESE me lo resumió así: “Si te sale un colaborador perverso, pídele a Dios que te salga vago. Porque como te salga activo, te hunde”.

Tengo un conocido que no sufrió a un colega, sino a un jefe retorcido y nada empático. El jefe le hacía la vida imposible. Hasta que decidió devolverle el favor. Me contó, muy digno, que se pasó semanas mandando currículums… de su superior. A decenas de empresas. Hasta que una de ellas, se dio el milagro: ¡alguien fichó al jefe! Y mi amigo, sin morirse, pasó a mejor vida.

Viene esto a cuento del ingenio. Porque como decía Descartes (más o menos lo del IESE), no basta con tener gran cabeza; hay que saber usarla. Para bien. Y lo corroboraba Aristóteles. El que se teñía el pelo de blanco para hacer negocios y de negro para iniciar romances. No era el filósofo, no: era el otro Aristóteles, el archimillonario Onassis.

¿Y esto a qué viene?

Pues a que necesitamos emplear nuestras capacidades, pero para bien. No para buscar ventaja a costa del otro, sino para hacer el bien. Para sumar. Para construir.

Necesitamos menos listillos sin principios y más listos buenas personas. Ingenieros del bien común. Activistas de lo cotidiano. Gente que use su astucia para servir y no para servirse.

Desde CampusHome, por ejemplo, intentamos formar -con humildad y perseverancia- ese tipo de personas: universitarios que crecen en libertad, que aprenden a vivir con otros, que se entrenan en lo pequeño para aportar en lo grande. Personas con criterio, capaces de utilizar la cabeza para pensar por sí mismos, más allá de lo que pueda estar de moda o no.

Quizá no lleguemos a cambiar el mundo, pero sí a mejorarlo un poco: habitación por habitación, conversación a conversación, curso a curso.

Habrá ante esto quien diga: “Yo poco puedo hacer; soy un ciudadano de a pie y no destaco en nada”… Pero Henry Van Dyke ya respondió: “El bosque estaría muy silencioso si solo cantaran los pájaros que mejor lo hacen”.

Así que canta. Y actúa. Con lo que tengas. Con lo que seas. Sin disfraces.

Porque como decía Beethoven: “El único signo de superioridad que conozco es la bondad”.

Y esa, amigo lector, no se improvisa. Se entrena. Y se contagia. ¿La viralizamos?

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