

Decía Sandro Pertini: “De los fumadores podemos aprender la tolerancia. Todavía no conozco uno solo que se haya quejado de los no fumadores”.
Fuera bromas: hoy no te hablaré del tabaco, sino de las quejas. De quienes hacen de la queja su modo de vida. Y de la importancia de no dejarse arrastrar por esa corriente.
¿Has oído eso de que “el que se queja, sus males aleja”? No siempre. De hecho, quien se queja constantemente suele acabar solo. Y a veces amargado. Nadie quiere compartir café con una persona que suena como la campana de la agonía. Y tampoco es saludable: la queja permanente intoxica… al que la suelta y a quien la escucha.
¿Significa esto que no podemos quejarnos nunca? En absoluto. Quejarse con razón es legítimo, incluso necesario (también es bueno reconocer cuando algo se hace bien, ojo). Pero una cosa es expresar una incomodidad puntual y otra muy distinta instalarse en la queja crónica, esa que no propone, la que solo gime o lamenta.
Necesitamos personas constructivas. Que señalen lo que no funciona, bien. Pero… para cambiarlo. Que miren el vaso medio lleno, sin dejar de ocuparse de lo que falta. Que no se dediquen solo a protestar, sino también a proponer. Porque, como decía Ojetti, quejarse es el pasatiempo de los incapaces.
Tengo claro que el derecho de propuesta está por delante del de protesta. Prefiero a quien impulsa, aunque no todo le guste, que a quien se lamenta pero no mueve un dedo. Quien no siembra no puede quejarse de no cosechar.
Y aquí entra en juego la actitud, de la que tanto habla el asesor académico a los residentes de CampusHome.
La vida no es fácil. Las circunstancias a veces se tuercen. Pero lo que marca la diferencia es cómo las afrontamos. No podemos elegir lo que pasa, pero sí cómo reaccionamos ante ello.
¿Has oído hablar de Lucas? Un empresario siempre de buen humor. Cuando alguien le preguntaba cómo lo conseguía, respondía: “Cada mañana elijo estar de buen humor. Elijo aprender de lo malo. Elijo ver lo positivo. Elijo vivir así”.
No era un ingenuo. Tiempo después sufrió un atraco y varios disparos. En el quirófano, viendo las caras de los médicos, decidió jugársela: “Soy alérgico a las balas”, bromeó con apenas voz. “Opérenme como si fuera a vivir” Y vivió. Por el buen hacer médico y, quizás, por su actitud.
Cada mañana podemos elegir si ser Lucas… o su sombra. Como escribió William G. Ward: “El pesimista se queja del viento. El optimista espera que cambie. El realista ajusta las velas”.
Ajusta tus velas. Y, si no lo haces… por lo menos no te quejes. O al menos, si lo haces, que quejarte… que no te quite las ganas de seguir remando.