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Javier Hernández-Gracia
Estos meses de verano y primeros días del dubitativo otoño, me han permitido entre el sopor de la ola de calor, los derribos patrimoniales (eso más que sopor es tedio ante la extinción neuronal del personal) pues eso, he podido dedicar gran tiempo lector porque sobre todo hay libros que precisan momentos de tranquilidad, cierta introspección y mucha calma para abordarlos.

El infinito en un junco, era un libro que cuando cayó en mis manos rápidamente comprendí que sumergirse en sus páginas implicaba tener tiempo y tranquilidad además de pocos sobresaltos y dedicación; leer es dedicación pero si tu entorno está calmado mejor que mejor. Irene Vallejo, realiza una cautivadora inmersión en cada página del libro, te conduce por reinados, batallas, olor a pergamino, esplendores alejandrinos, y en suma un compendio virtuoso que hacen de esta obra, una exquisita brisa de evocaciones en cada uno de sus párrafos con el devenir de los siglos, te acerca a personajes, situaciones y vicisitudes que han hecho del libro instrumento de forja humana, con la sutileza del soporte como iniciático protagonista. Si tuviera que ponerle un epílogo a este maravilloso libro se nuestra brillante paisana, diría eso de “tuve tiempo y disfrute con lo escrito”.

Lo agradecido de unas vacaciones con horas para leer, es la permisividad del tiempo a la hora de tocar todos los palos, desde el ensayo a la novela o sumergirte en las sensibles aguas de la poesía; Entre Ventanas de Anais Pérez Argilés, es una recopilación de poemas que entra de lleno en la exquisitez no solo por toda la sensibilidad que destila, también porque la sencillez es santo y seña en versos de sentido carácter; se vislumbran sensaciones, una emocionante capacidad de perdón, una mirada cristalina y sobre todo un lenguaje que tiene tintes musicales; una melodía envolvente de bienestar, de dulzura, que permite al lector fundirse con su título, estar entre ventanas frente a lo natural, con la magia que dan los paisajes, la hierba, las piedras antiguas pero lo que es más importante la mirada limpia que recolecta todos estos elementos y los convierte en poesía.

La poesía como embrujo. Ganar el premio Gabriel Celaya de poesía es algo tremendamente importante en el mundo de las letras, pero es que Ángelica Morales, es grande en ese mundo, es una autora de rotundidad, de historias sublimes, de cielos e infiernos, solo su maestría puede trabajar en pura alquimia para que nos llegue al corazón y al placer de leer. Mi padre cuenta monedas es un libro que no puedo dejar en lo recomendable solamente, lo hago necesario, es vital para entender décadas de hogares de bombilla y panera, de vidas con circunstancias comunes a un país con cada hogar revestido de paredes empapeladas y cuadros de calendario. Angélica Morales es la escritora que posee la divinidad de acercar lo que muchos esconden a las retinas de los que necesitan reflexionar un pasado para ganar un futuro. Poemarios como Mi padre cuenta monedas te hacen devoto de lo ficticio porque lo ficticio en realidad ha ocurrido.

Que considero a Pilar Pedraza una diosa de la literatura, eso es público y notorio y además me gusta decirlo, Pilar ha sido una de mis grandes profesoras; yo sería de los que si tuviera la máquina del tiempo la utilizaría en lugar de para hacer dinero, para volver a una clase de invierno de Pilar en la facultad con el recogimiento y oscuridad del aula y su explicación magistral mientras se proyecta Aleksandr Nevskiy de Sergueï Eisenstein. Eros ha muerto es esa delicia de las grandes letras, ese dios olímpico con espíritu de diablillo al que amas y odias a la vez. Pilar como diosa de verdad nos destila un conocimiento mitológico que dota a la narración de alquimia clásica. Travesuras y tiranías, con esa huella de hombres, dioses y juegos entre el malabar y la sensualidad, que permiten sumergirse en tramas y fórmulas de perdón al dios de los flechazos equivocados; acabando con cierto hartazgo de su hermano Anteros, que se asemeja al hijo de una maestra teresiana que acaba siendo el preguntón insolente a la par que pedante en una cena de trabajo. No sé lo del cielo como estará, yo creo fervientemente en la reflexión del pensador escocés Thomas Carlyle cuando asevera con rotundidad, que los libros son amigos que nunca decepcionan.