

En La noche boca arriba, Cortázar nos enfrenta a un hombre que acaba de tener un accidente y está en la cama del hospital, imposible saber qué parte de lo que nos relata es un delirio, qué parte es real.
Como tampoco sabría concretar si es surrealismo o actualidad, la novela por entregas que viven los paritorios del Polanco.
De un lado, 46.000 firmas, ¿qué sabrá la gente?, del otro, un consejero proclamando que aquí nunca pasa nada, ¿pero eso no era en Miravete?
Disculpen la ironía, es mucho peor la lotería, me refiero al cálculo que deben llevar estos días las embarazadas. Ahora parir en Teruel es multifactorial, además del calor, calcular si se adelanta el vástago, tener controlado el kit de supervivencia, al marido y la suegra, ahora lo difícil es saber quién atenderá tu parto. No son los paritorios, es el programa de Isabel Gemio, Sorpresa, sorpresa.
A mí, en cambio, me dijeron “en cinco minutos todo el mundo fuera, pero fuera de aquí”. Cogí mi alegría, mis miedos y volé de allí. Era el paritorio del Obispo Polanco y supe después que mi hija tenía enrollado el cordón alrededor de su cabeza y se ahogaba.
Años después he vuelto a cruzarme con la ginecóloga. Le di las gracias y le recordé la hazaña que ella había olvidado por completo.
Pasa con las historias que acaban bien, tan injustamente devaluadas como los maravillosos días rutinarios. Los prefiero a las historias surrealistas, a las faltas de respeto, porque nos sobran promesas y reuniones y nos siguen faltando especialistas.
Señor consejero, señores responsables no digan “la asistencia está garantizada”, expliquen cómo, muestren las guardias, convenzan a los médicos, no pongan excusas en la frase siguiente.
Podrían hacerlo por quienes les pagamos, por la dignidad de los profesionales. Porque en este cuento surrealista, no vale repetirse cuál papagayo, ni quien tiene razón. Entiendan que lo único que importa es el final. Y queremos uno feliz.
Como tampoco sabría concretar si es surrealismo o actualidad, la novela por entregas que viven los paritorios del Polanco.
De un lado, 46.000 firmas, ¿qué sabrá la gente?, del otro, un consejero proclamando que aquí nunca pasa nada, ¿pero eso no era en Miravete?
Disculpen la ironía, es mucho peor la lotería, me refiero al cálculo que deben llevar estos días las embarazadas. Ahora parir en Teruel es multifactorial, además del calor, calcular si se adelanta el vástago, tener controlado el kit de supervivencia, al marido y la suegra, ahora lo difícil es saber quién atenderá tu parto. No son los paritorios, es el programa de Isabel Gemio, Sorpresa, sorpresa.
A mí, en cambio, me dijeron “en cinco minutos todo el mundo fuera, pero fuera de aquí”. Cogí mi alegría, mis miedos y volé de allí. Era el paritorio del Obispo Polanco y supe después que mi hija tenía enrollado el cordón alrededor de su cabeza y se ahogaba.
Años después he vuelto a cruzarme con la ginecóloga. Le di las gracias y le recordé la hazaña que ella había olvidado por completo.
Pasa con las historias que acaban bien, tan injustamente devaluadas como los maravillosos días rutinarios. Los prefiero a las historias surrealistas, a las faltas de respeto, porque nos sobran promesas y reuniones y nos siguen faltando especialistas.
Señor consejero, señores responsables no digan “la asistencia está garantizada”, expliquen cómo, muestren las guardias, convenzan a los médicos, no pongan excusas en la frase siguiente.
Podrían hacerlo por quienes les pagamos, por la dignidad de los profesionales. Porque en este cuento surrealista, no vale repetirse cuál papagayo, ni quien tiene razón. Entiendan que lo único que importa es el final. Y queremos uno feliz.