

Todavía no me creo que vaya a escribir acerca de una serie de hospitales, médicos y salas de urgencia. No me malinterpreten, soy un ferviente admirador de los profesionales sanitarios. Los venero como si fueran dioses, pero conozco a pocas personas que sean más hipocondriacas que yo. Si quieren verme sufrir, tosan al pasar por mi lado o enumeren los síntomas de cualquier enfermedad rara. Comenzaré a sentir temblores y sudores fríos por todo el cuerpo, mis nervios se dispararán y, en pocos segundos, estaré pidiendo a gritos la llegada de un cura que absuelva mis pecados. De modo que créanme si les aseguro que The Pitt es, a pesar de los estetoscopios y las batas blancas —aquí, uniformes oscuros—, una cita ineludible para los amantes de la buena televisión.
La serie (disponible en MAX) nos mete de lleno en el trabajo de un grupo de médicos del servicio de urgencias de un hospital de Pittsburgh. Contada en tiempo real, cada capítulo se corresponde con una de las 15 horas que componen el turno de guardia del doctor Michael Robby Robinavitch (Noah Wyle) y su equipo de médicos y enfermeras. El resultado, un acercamiento realista a la primera línea de batalla de un hospital y el relato fiel de la problemática con la que se enfrentan a diario los encargados de velar por nuestra salud: la escasez de personal, de recursos económicos, el peso emocional de tratar con pacientes graves e, incluso, la huella imborrable de una pesadilla todavía reciente, el covid.
The Pitt puede verse como una prolongación de Urgencias, el gran drama médico de la televisión americana. De hecho, el proyecto nace tras el intento frustrado de resucitar la popular serie que catapultó al estrellato a George Clooney. Por si fuera poco, en los créditos repiten John Wells, R. Scott Gemmill —guionistas en ambas producciones— y el actor Noah Wyle, tal vez el intérprete más encasillado de los últimos tiempos —también tiraba de vademécum junto a Clooney en un capítulo de Friends—. Tanta coincidencia no ha pasado desapercibida para los herederos del escritor Michael Crichton, creador de Urgencias, que han interpuesto una demanda contra los responsables de la nueva serie de MAX. Dejando a un lado las similitudes, The Pitt se ha convertido en uno de los estrenos más exitosos de la temporada y un reflejo claro de la predilección del gran público por las ficciones de médicos.
The Pitt, traducido como la fosa, es el nombre que el doctor Robby da al servicio de urgencias del hospital. Un espacio caótico, ruidoso y saturado de pacientes por todas partes. El protagonista vive atormentado por la culpa del pasado (no fue capaz de evitar la muerte de su mentor), pero debe mostrar entereza ante la llegada de los médicos de prácticas. Es un líder y un buen profesional sometido a las presiones de la dirección del centro, más preocupada por los resultados de las encuestas que por dar un servicio de calidad. La serie se centra en el trabajo de los profesionales, rechaza los argumentos románticos y el aroma folletinesco de otros títulos como Anatomía de Grey o nuestro Hospital central. Tampoco hay doctores infalibles como el misántropo House; aquí los sanitarios pagan sus errores con cargos de conciencia, guardan un minuto de silencio por cada corazón que deja de latir y vuelven de nuevo a la carga porque esa es la profesión que han elegido. Un trabajo que “siempre da cosas: pesadillas, úlceras, tendencias suicidas”
Si un servidor, pésimo paciente y el tipo más aprensivo del mundo, ha aguantado los 15 capítulos sin pestañear es porque la experiencia realmente merece la pena. Eso sí, para la segunda temporada me pido un poquito de anestesia.
La serie (disponible en MAX) nos mete de lleno en el trabajo de un grupo de médicos del servicio de urgencias de un hospital de Pittsburgh. Contada en tiempo real, cada capítulo se corresponde con una de las 15 horas que componen el turno de guardia del doctor Michael Robby Robinavitch (Noah Wyle) y su equipo de médicos y enfermeras. El resultado, un acercamiento realista a la primera línea de batalla de un hospital y el relato fiel de la problemática con la que se enfrentan a diario los encargados de velar por nuestra salud: la escasez de personal, de recursos económicos, el peso emocional de tratar con pacientes graves e, incluso, la huella imborrable de una pesadilla todavía reciente, el covid.
The Pitt puede verse como una prolongación de Urgencias, el gran drama médico de la televisión americana. De hecho, el proyecto nace tras el intento frustrado de resucitar la popular serie que catapultó al estrellato a George Clooney. Por si fuera poco, en los créditos repiten John Wells, R. Scott Gemmill —guionistas en ambas producciones— y el actor Noah Wyle, tal vez el intérprete más encasillado de los últimos tiempos —también tiraba de vademécum junto a Clooney en un capítulo de Friends—. Tanta coincidencia no ha pasado desapercibida para los herederos del escritor Michael Crichton, creador de Urgencias, que han interpuesto una demanda contra los responsables de la nueva serie de MAX. Dejando a un lado las similitudes, The Pitt se ha convertido en uno de los estrenos más exitosos de la temporada y un reflejo claro de la predilección del gran público por las ficciones de médicos.
The Pitt, traducido como la fosa, es el nombre que el doctor Robby da al servicio de urgencias del hospital. Un espacio caótico, ruidoso y saturado de pacientes por todas partes. El protagonista vive atormentado por la culpa del pasado (no fue capaz de evitar la muerte de su mentor), pero debe mostrar entereza ante la llegada de los médicos de prácticas. Es un líder y un buen profesional sometido a las presiones de la dirección del centro, más preocupada por los resultados de las encuestas que por dar un servicio de calidad. La serie se centra en el trabajo de los profesionales, rechaza los argumentos románticos y el aroma folletinesco de otros títulos como Anatomía de Grey o nuestro Hospital central. Tampoco hay doctores infalibles como el misántropo House; aquí los sanitarios pagan sus errores con cargos de conciencia, guardan un minuto de silencio por cada corazón que deja de latir y vuelven de nuevo a la carga porque esa es la profesión que han elegido. Un trabajo que “siempre da cosas: pesadillas, úlceras, tendencias suicidas”
Si un servidor, pésimo paciente y el tipo más aprensivo del mundo, ha aguantado los 15 capítulos sin pestañear es porque la experiencia realmente merece la pena. Eso sí, para la segunda temporada me pido un poquito de anestesia.