

Vaya por delante que esta no es una columna para dar mi opinión sobre la avalancha que ha generado la muerte del papa. Podría hacerlo, porque la tengo, pero he preferido dejar constancia de mi estupor.
Lo primero, he buscado un apellido para “avalancha”, me parecía fundamental definir aquello a lo que me estoy refiriendo. Confieso que no lo encuentro: mediática, informativa, emocional…cualquiera de ellas se queda muy corta para abarcar todos los aspectos de la vida social que el señalado deceso ha puesto patas arriba.
Y digo social con plena consciencia porque, sinceramente, creo que son muy pocas las personas a las que ha afectado personalmente. Son cientos de miles los fieles que han acudido a Roma a despedir al pontífice. Yo, por televisión, solo he visto a decenas, las suficientes para aventurarme a decir que me parece más un acontecimiento mediático/social (que a fuerza de repetirlo nos acabaremos creyendo que es histórico), que un momento íntimo de recogimiento propio del último adiós a un referente espiritual, y sobre todo, por lo poco que sabemos, propio de lo que Jorge Bergoglio quería.
Supongo que tantos momentos de introspección individual juntos se acaban convirtiendo inevitablemente en una muestra de respeto masiva, aunque me cuesta aceptar que esas dos palabras no sean contradictorias.
Todavía con el corpore insepulto del papa se disparan las apuestas sobre quién será su sucesor; un juego que hasta tiene nombre: toto papa. Miles y miles de personas apuestan para sacar partido a esta circunstancia. Repito: no lo juzgo, solo constato mi sorpresa. Además, leo en algunos periódicos que los “cuchillos vuelan” y “los enemigos del papa muerto toman posiciones” y la última película que retrata un cónclave vaticano (nominada recientemente al Óscar) es catalogada como un thriller psicológico. Hay quienes piensan, incluso se atreven a decirlo, que después del papa Francisco la Iglesia ya no será la misma. Por lo que yo veo, y a los hechos me remito, necesitaría muchos más Franciscos para que algo cambiara.
Lo primero, he buscado un apellido para “avalancha”, me parecía fundamental definir aquello a lo que me estoy refiriendo. Confieso que no lo encuentro: mediática, informativa, emocional…cualquiera de ellas se queda muy corta para abarcar todos los aspectos de la vida social que el señalado deceso ha puesto patas arriba.
Y digo social con plena consciencia porque, sinceramente, creo que son muy pocas las personas a las que ha afectado personalmente. Son cientos de miles los fieles que han acudido a Roma a despedir al pontífice. Yo, por televisión, solo he visto a decenas, las suficientes para aventurarme a decir que me parece más un acontecimiento mediático/social (que a fuerza de repetirlo nos acabaremos creyendo que es histórico), que un momento íntimo de recogimiento propio del último adiós a un referente espiritual, y sobre todo, por lo poco que sabemos, propio de lo que Jorge Bergoglio quería.
Supongo que tantos momentos de introspección individual juntos se acaban convirtiendo inevitablemente en una muestra de respeto masiva, aunque me cuesta aceptar que esas dos palabras no sean contradictorias.
Todavía con el corpore insepulto del papa se disparan las apuestas sobre quién será su sucesor; un juego que hasta tiene nombre: toto papa. Miles y miles de personas apuestan para sacar partido a esta circunstancia. Repito: no lo juzgo, solo constato mi sorpresa. Además, leo en algunos periódicos que los “cuchillos vuelan” y “los enemigos del papa muerto toman posiciones” y la última película que retrata un cónclave vaticano (nominada recientemente al Óscar) es catalogada como un thriller psicológico. Hay quienes piensan, incluso se atreven a decirlo, que después del papa Francisco la Iglesia ya no será la misma. Por lo que yo veo, y a los hechos me remito, necesitaría muchos más Franciscos para que algo cambiara.