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José Iribas S. Boado

El curso académico ya va cogiendo velocidad de crucero.

Y me trae a la memoria un discurso de Obama. A estudiantes norteamericanos, sí. Pero que sigue hoy sonando universal. Y vigente: “Podremos tener -les decía- los mejores profesores, los padres más entregados y las escuelas más avanzadas del mundo… pero nada de eso servirá si vosotros no hacéis vuestra parte”.

Aquella intervención no hablaba de política. Hablaba de esfuerzo, de responsabilidad personal y de compromiso con la educación. En definitiva, de eso que no pasa de moda aunque algunos quieran jubilarlo: el trabajo bien hecho.

Obama recordaba a los jóvenes que todos tenemos algo que ofrecer. Que descubrirlo y cultivarlo no es un lujo, sino un deber con uno mismo. Y que las circunstancias -familiares, sociales o económicas- pueden ser difíciles, pero no son excusa para rendirse.

Porque sí, las circunstancias condicionan. Pero no determinan. Y enseñan. En CampusHome lo vemos a diario: jóvenes que llegan con incertidumbre, o hasta con miedo al fracaso… y que, con el tiempo, aprenden que los logros verdaderos se alcanzan con perseverancia. Nadie triunfa por casualidad. Ni siquiera quienes parecen haber nacido tocados por la varita del éxito.

El expresidente estadounidense mencionaba a Michael Jordan, que fue apartado de su equipo escolar de baloncesto, o a J.K. Rowling, cuyo primer libro de Harry Potter fue rechazado doce veces. “He fracasado una y otra y otra vez en mi vida -decía el deportista- y por eso he tenido éxito”.

Hay frases que merecen ser subrayadas: no dejes que tus fracasos te definan; deja que te enseñen. Quizás esa sea una de las lecciones más importantes que podemos transmitir a nuestros hijos, a nuestros alumnos, a nosotros mismos.

Vivimos tiempos en los que se exalta el éxito inmediato, el atajo cómodo, la recompensa sin esfuerzo. Pero la historia, la de los países y la de las personas, no se escribe así. Se construye a base de constancia, de tropiezos, de caídas y de… volver a levantarse.

Obama decía algo que aquí deberíamos tatuarnos: Donde ahora mismo estéis no tiene que determinar dónde acabaréis. Nadie ha escrito por vosotros vuestro destino. Porque no hay progreso sin responsabilidad personal. Ni futuro sin educación.

Por eso, cuando escucho a algún estudiante lamentarse de un suspenso o de un examen “injusto”, suelo pensar en aquella frase de Obama: no tiréis la toalla, porque cuando lo hacéis, también la tiráis por vuestro país. Quizá suene ampulosa, pero es verdad. Un país que deja de exigirse acaba por conformarse. Y ese conformismo es la antesala del declive.

Al final del discurso, Obama cerraba con una frase que bien podríamos hacer nuestra los españoles: No nos dejéis caer. Hacednos sentir orgullosos.

Lo necesitamos.Vuestro país lo necesita. Y lo valéis.