Síguenos
Un fin del mundo con acento argentino Un fin del mundo con acento argentino

Un fin del mundo con acento argentino

banner click 236 banner 236
José Baldó
Acabemos de una vez por todas con los tópicos. De un tiempo a esta parte, los argentinos se han quitado de encima el sambenito de gurús del psicoanálisis para erigirse como los reyes del género fantástico. En literatura ya estaban los maestros Quiroga o Cortázar, pero ahora despuntan en el sufrido panorama del terror las originalísimas propuestas de autores como Mariana Enríquez y Luciano Lamberti —la última novela de este, Para hechizar a un cazador, supone un ajuste de cuentas con la dictadura militar argentina bajo la óptica del relato clásico de horror—. En cine destacan los éxitos recientes de Demián Rugna con Aterrados y, sobre todo, Cuando acecha la maldad. Si echamos la vista atrás, ¿qué fue Borges sino un fanático de la ficción especulativa? Ahí están El libro de arena y El aleph para justificar su adscripción a las filas del género o su participación junto a Bioy Casares en el guion de la película Invasión (1969), para muchos la mejor cinta de la cinematografía argentina.

Todo este largo preámbulo para justificar algo que no necesita excusas. Hay vida para el fantástico más allá de Hollywood y el fin del mundo también puede tener acento argentino.

¡Es el apocalipsis, boludo!

Hay campañas de marketing magníficamente orquestadas, pero lo de El Eternauta son palabras mayores. Nadie puede negar que la serie argentina llega hasta nosotros con una flor en el culo. El pasado 28 de abril España quedaba desconectada del mundo a causa de un colapso eléctrico, un escenario similar al punto de partida del último estreno de Netflix.

El Eternauta es la adaptación de un clásico de la historieta creada en 1957 por Héctor G. Oesterheld. En ella se narra la historia de Juan Salvo, un tipo corriente que se ve obligado a emprender un peligroso viaje para sobrevivir al apocalipsis. El mundo se ha sumido en una oscuridad repentina y una tormenta de nieve tóxica está acabando con parte de la población. La tragedia pilla a Salvo (Ricardo Darín) jugando a las cartas en casa de unos amigos; desde las ventanas, serán testigos de la catástrofe: los cadáveres de los vecinos tendidos en las calles, los coches destrozados y un silencio sepulcral en el ambiente que no presagia nada bueno. Atrapado y sin noticias de su familia, el protagonista decide salir al exterior protegido por una máscara antigás y un viejo abrigo sellado con cinta aislante. Por el camino, descubrirá que los copos blancos que caen del cielo y acaban con la gente no son más que la punta de lanza de una amenaza mayor que pretende poner fin a la humanidad. Sin ánimo de hacer spoiler, lo que arranca como un ajuste de cuentas de la naturaleza pronto deriva en un ejercicio ci-fi monstruoso heredero de clásicos como Starship Troopers o La invasión de los ultracuerpos. Tras 6 capítulos, todas las incógnitas quedan abiertas para una segunda temporada.

El cineasta Bruno Stagnaro es el encargado de trasladar a la pequeña pantalla las viñetas del cómic original, respetando la esencia del relato y adaptándolo a las exigencias del espectador actual. La historia se desarrolla en el presente y el protagonista al que da vida Darín es algo mayor que el héroe ideado por Oesterheld. Por supuesto, El Eternauta se beneficia del talento de  uno de los mejores actores del momento, pero también supone un alegato en favor del poder de la experiencia. En una escena clave de la serie, la salvación de Juan llega a través de un coche antiguo y con la cita “lo viejo, funciona”. 

Algo parecido ocurrió durante el apagón de la semana pasada: los hornillos de butano volvieron a ser tendencia y muchos (re)descubrimos los transistores a pilas. Mientras el mundo se tomaba un respiro, nosotros llorábamos porque internet había muerto, los teléfonos no funcionaban y, para colmo, las lentejas estaban frías. Por favor, que venga el meteorito cuanto antes.