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Una joya de historia Una joya de historia
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José Iribas S. Boado

Cuentan de un cura que, en plena canícula, celebraba la misa mayor en honor al patrón del pueblo. Compadecido de los calores que soportaban los feligreses, al comenzar la homilía les soltó: “Fiesta grande, sermón corto”.

Voy a intentar hacer lo mismo, aunque no sea fiesta. Prometo brevedad. Eso sí, lo que te quiero compartir hoy lo merece.

La historia no es mía. Como decía un amigo, con humildad (y con retranca): “esta lechuga no es de mi huerto”. La escuché hace tiempo. Y se me quedó grabada. No tanto por la anécdota en sí, sino por lo que deja entrever.

Se trata de un cuento breve, una joya de historia. Y nunca mejor dicho.

Había una vez un monje caminante que, en uno de sus trayectos, encontró una piedra preciosa. La guardó sin más en su talega. A los pocos días, el monje se cruzó con un viajero que, cuando aquel abrió el zurrón para compartir pan y viandas, al ver la joya no pudo evitar pedirle la piedra.

El monje, sin titubear, se la entregó.

El caminante, atónito, agradecido, partió con la riqueza inesperada entre sus manos. Con aquella gema podría asegurarse una vida cómoda. Fortuna, seguridad… hasta lujos, si se terciaba. Que se terciaría…

Sin embargo, al poco tiempo, volvió sobre sus pasos. Encontró al monje y le devolvió la piedra. Y le dijo:

- Ahora te ruego que me des algo de mucho más valor. Dame lo que te permitió dármela a mí.

Y ahí está el meollo.

Porque hay riquezas que no cotizan en bolsa ni caben en cuentas corrientes. Valores que no son bursátiles, ni hacen ruido, pero que hacen falta. Que no brillan, pero dan luz. Que no ocupan vitrinas o cofres, pero llenan vidas.

Y esos, los esenciales, no se heredan, no se compran, no se improvisan. Se cultivan. Se entrenan. Se viven. Lo repetimos una y otra vez a nuestros residentes de CampusHome. Ser un buen universitario es mucho más que obtener un título académico.

Tampoco se entienden bien esos valores cuando uno va por la vida con miedo a perder. O empeñado en ganar siempre. Hay quien corre y se deja la vida… para ser “el más rico del cementerio”. Allá él. Como también quien defiende con uñas y dientes todo lo suyo, con muchos “mis”, “míos”, “para mí”. “Yo-mí-me-conmigo”. Demasiado posesivo, poco compartido.

Ya lo decía la Madre Teresa: hay que dar hasta que duela. Y no solo cosas. Tiempo, escucha, atención, presencia. Eso que llevamos dentro y que, cuando se ofrece de verdad, transforma de verdad.

Ojalá fuéramos capaces de aplicar más a menudo aquel principio tan simple como potente: “Buenos son mis bienes si remedian tus males”. Justicia, sí. Solidaridad, también. Y que nunca falte la fraternidad.

Lo prometido es deuda, así que concluyo.

Hoy, que he hablado de compartir, te dejo con un tuit que le leí a Ulises Kaufman:

“Estúpido es creer que el regalo está dentro del paquete; siempre, siempre, siempre, son las manos que lo entregan”.

Y si me lo permites, añado: “Y sobre todo, el corazón”.