

“Suban el telón, abran las cortinas,
enciendan las turbinas con nitroglicerina.
El desorden es tu penicilina”, canta Calle 13,
y no se me ocurre mejor manera de empezar septiembre que con esta declaración de intenciones: un llamado al desorden, a las gamberradas, a pasarlo bien.
Justo en la primera semana de septiembre, cuando todo nos empuja a la rutina, a volver al corsé de las agendas, a las dietas repentinas y a los coleccionables de kiosco que siempre acaban en el contenedor, yo quiero invitarte a lo contrario.
Recibamos septiembre con espíritu rebelde. Gritemos fuerte al sistema: ¡este año no me pillas!
No pienso obedecer tus reglas ni sumarme al estrés ni a las prisas. Me quedo con la calma chicha del verano, con el ritmo pausado de los días largos. Con la certeza de que la vida no se mide en tareas tachadas, sino en momentos vividos conscientemente.
Voy a apuntarme al disfrute diario.
A repetir una y otra vez esa sensación de cañita fría después de un baño en la piscina. A los pies descalzos sobre el césped. A las mañanas sin hacer nada más que dejarse estar.
Porque portarse mal no siempre es romper ventanas ni desafiar la ley. A veces es un acto íntimo y silencioso: desobedecer la lógica del reloj, darle la espalda a la productividad tóxica y defender con uñas y dientes nuestro derecho a descansar, reír, improvisar.
Ser mala alumna de la rutina. Suspender en obediencia ciega. Repetir curso en disfrute.
Eso es lo que quiero este septiembre: volver a ser la niña traviesa a la que no le importa que la riñan porque está demasiado ocupada inventando su propio juego.
Y no se trata solo de un gesto personal. Porque lo que hacemos en lo pequeño acaba resonando en lo grande. Esa rebeldía de pies descalzos, ese “no” a la prisa y al agotamiento, tiene mucho que ver con lo que estamos viviendo en este territorio.
Lo que me salva en septiembre —el sol en la piel, el césped bajo los pies, la cañita fría después del baño— no existiría sin una tierra viva que lo sostenga. Y ahí está la trampa: nos quieren convencer de que placer y protesta van por caminos separados, cuando en realidad se alimentan. Defender nuestra tierra es defender la posibilidad de seguir disfrutando de esas pequeñas cosas que hacen la vida grande.
El próximo 5 de octubre está convocada una manifestación en defensa de nuestra tierra, Salvemos el mundo rural agredido. No es casualidad. Septiembre nos invita a decidir cómo queremos vivir y octubre nos pone frente al espejo: ¿qué futuro elegimos? ¿Un territorio exprimido hasta la última gota o un lugar donde la vida, la calma y la comunidad sigan siendo posibles?
Portarse mal también es levantar la voz contra lo que nos roba la vida.
Es decirle al sistema que no queremos su modelo de “progreso” que arrasa montes, vacía pueblos y nos deja sin aire. Es salir a la calle juntas y gritar que no aceptamos un futuro hipotecado por proyectos que no nos cuidan ni nos respetan.
Así que sí, vamos a portarnos mal.
Primero en lo cotidiano: eligiendo placer frente a prisa, disfrute frente a agenda, comunidad frente a soledad programada.
Y después en lo colectivo: estando en la calle el 5 de octubre, recordando que este territorio no se rinde, que seguimos vivas, rebeldes y con ganas de juerga y de lucha.
Porque portarse mal, al final, es elegir vivir bien.
Y eso, en estos tiempos, ya es toda una revolución.
Nos gusta el desorden (¡uo-uo-uoh!)
Rompemos con las reglas (¡uo-uo-uoh!)
Somos indisciplinados (¡uo-uo-uoh!)
Todos los malcriados (¡uo-uo-uoh!)
Vamo' a portarnos mal
Vamo' a portarnos mal
Vamo' a portarnos mal