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Vendo pueblo abandonado Vendo pueblo abandonado

Vendo pueblo abandonado

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Fabiola Hernández
La vivienda ha subido en España más de un 12% en el primer trimestre del año y se ha convertido, pese al esfuerzo de innumerables fuerzas sociales que pretenden ganarnos para sus causas, en el principal problema de los españoles. Los jóvenes se desesperan por encontrar un cubículo en el que abrir el armario sin peligro de incrustarlo en la cama; las familias, por disponer de dos habitaciones en las que separar a sus adolescentes que no dejan de pelearse, y los viejos, por tener que volver a hipotecar sus viviendas décadas después de haberlas pagado, para que sus hijos puedan costear las suyas.

Y en medio de la exasperación general, hay quienes venden pueblos enteros a los que ni jóvenes, ni familias ni viejos quieren ir…y no los culpo. 18 años seguidos viviendo en la España vacía y unos cuantos más de forma intermitente, me legitiman para opinar, algo que no pueden acreditar muchos de los que se desgañitan voceando las bondades de la tranquilidad. Y es que ‘como en el pueblo no se vive en ningún sitio’ por eso los últimos vecinos de estas aldeas abandonadas las dejaron atrás, para cederlas generosamente a las siguientes generaciones.

Seamos Serios. No censuro esta nueva forma de negocio inmobiliario; ojalá hubiera ya fortunas amasadas a base de vender cientos de pueblos abandonados, pero creo que esta pintoresca iniciativa debería llevarnos a reflexionar sobre el mundo que hemos construido. Ponemos todo nuestro esfuerzo en buscar un lugar para vivir en ciudades que nos expulsan, mientras pueblos abandonados claman por pobladores que les devuelvan la vida.

Todos deberíamos poder elegir el sitio donde queremos vivir, sea Sao Paulo o El Masegoso, pero elegir de verdad, no conformarnos con lo que otros escogieron para nosotros sin preguntar. Poblaciones fantasma y pobladores desencantados con su vida comparten el reclamo de una segunda oportunidad. A veces podrá fructificar, no digo lo contrario, pero nunca será la solución a un inmenso problema que nos carcome como a la madera de las casas viejas.