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Miguel Rivera

El Real Madrid ha ganado otra Copa de Europa. Esta vez, y van once, de baloncesto. La épica estuvo presente no solo en la final, ganada con un precioso tiro de Sergi Llull a falta de tres segundos, y con muchas similitudes con The Shot de Michael Jordan, sino durante todos los playoffs de la Euroliga, donde los blancos tuvieron que remontar un 0-2 en los tristemente famosos cuartos de final contra el Partizán en Belgrado y una desventaja de 18 puntos en el WiZink Center en el definitivo quinto partido de esa serie. También remontaron en semifinales contra el FC Barcelona e incluso con tan solo un minuto de la final por jugar perdían por cuatro puntos ante Olympiakos.

Sin embargo, no quiero centrarme en aspectos deportivos o técnicos del título conseguido por los blancos, algo para lo que no me encuentro capacitado. Me gustaría focalizar la atención sobre el después. En la rueda de prensa, el mejor jugador de la Final Four, Eddy Tavares, lejos de caer en la euforia y en los típicos tópicos en los que caemos a menudo: “Este equipo es una familia” (¿cambiamos de familia cada año?), “nos lo merecíamos porque hemos trabajado mucho durante todo el año” (¿los rivales no trabajan tanto o más duro?); paró, reflexionó, y pidió respeto para su entrenador, Chus Mateo, injustamente tratado según su criterio.

El hecho de llegar a su cargo tras la polémica salida de su laureado antecesor, Pablo Laso, de quien era asistente y a quien el club decidió no renovar, le supuso un aluvión de críticas por una supuesta falta de lealtad hacia su antiguo jefe. Además, después de cada derrota de esta temporada, no faltaba la más que previsible crítica: “no está preparado, no es entrenador para el Real Madrid”.

Y, a riesgo de parecer oportunista y resultadista, parece ser que Mateo ha demostrado con creces que sí estaba preparado. ¡Vaya si lo estaba! No se lleva a un equipo a ser campeón de Europa en tu primer año en el cargo sin estar preparado. Es más, ¿cabe en la cabeza de alguien que un club de la talla del Real Madrid le dé el timón del equipo más laureado de Europa a un entrenador que no lo esté? Igual en la casa blanca lo conocían mejor que los periodistas o tuiteros anónimos que lo despellejaban tras cada derrota.

Quizá esto debería enseñarnos que las críticas deben hacerse en función de un proceso, de valorar la evolución de un equipo al final de la temporada y no hacerlas con la bufanda puesta o al calor de un resultado, normalmente negativo.

Y porque entiendo el mundo del deporte, pienso, y creo que no me equivoco demasiado, que el que ahora parece un genio tras ganar la Euroliga, hubiera sido un paquete antológico para gran parte de la crítica si The Shot de Llull no hubiera entrado. Ojo, llegando a la final de la Euroliga. Y ahí reside la parte injusta: en evaluar el trabajo de un técnico en función de si una canasta, un tiro a gol o un remate consiguen el éxito o no, y no en el proceso que ha llevado al equipo a competir hasta el final.

El objetivo último de cualquier entrenador debería ser dejar huella en sus jugadores, como Mateo ha hecho en el MVP de la Euroliga, Tavares. Si tus jugadores entienden que buscas siempre su bien, te respetarán y te querrán. Y eso vale mucho más que cualquier título.