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Miguel Rivera

Vaya por delante la felicitación a todas las Pilares en su día, y a todos nosotros en el Día de la Hispanidad, nuestra fiesta nacional. Para un deportista no hay mayor orgullo que poder representar a tu propio país, jugar para la Selección Nacional, escuchar nuestro Himno antes de un partido… emociones difícilmente explicables con palabras.

Hoy me voy a detener en un aspecto importante de aquellos deportistas que llegan a competir a tan alto nivel: representan a un país, y, como tal, conllevan una serie de responsabilidades que, cuando juegan para un club, o para sí mismos, no acarrean. Se convierten en iconos, en la cara visible del país, en ese deporte, a nivel internacional.

Esa visibilidad lleva adherida una importante consecuencia: se convierten en personajes públicos. Y, cuanto más visibles, más se multiplican sus ingresos, tanto de índole deportiva, como extradeportiva. Cientos de ejemplos de esto que acabo de expresar les vendrán a la mente.

Seguramente, uno de los primeros casos que nombraríamos casi todos, sería el de Pau Gasol; sin duda, uno de nuestros deportistas más universales. Tras despuntar joven en el Barça, hizo las Américas y se convirtió en una rutilante figura en uno de los mayores escaparates del deporte mundial: la NBA. Además, supo mantener su compromiso con la Selección, algo que le convirtió en ese estandarte al que todos queremos. Seguramente, de no haberlo hecho, no sería tal icono para nuestra sociedad.

Xesco Espar, mítico entrenador del FC Barcelona de balonmano, en su libro Jugar con el corazón (uno de los que más me han marcado en mi vida personal y profesional, y uno que me he permitido regalar en múltiples ocasiones) explica que todos tenemos tres vidas: la pública, que es aquella que conoce todo el mundo y nos permite ganarnos la vida; la privada, que nos da y nos quita estabilidad, formada por nuestra familia y amigos más cercanos; y la secreta, aquella que no compartimos con nadie, pero que nos genera nuestra fuerza vital, donde nacen nuestra pasión y nuestras aspiraciones.

Si no lo han leído, permítanme recomendárselo. Ojalá les influya tanto como lo hizo en mí.

Vuelvo al caso que nos ocupa. Hace poco más de un año que Pau anunció su retirada de las pistas en un acto medido al milímetro en su discurso y en sus formas. Y es que Gasol, durante toda su carrera deportiva, cuidó mucho siempre su perfil público: declaraciones, colaboraciones, acción social... Entendió el valor de su marca, y la mimó hasta el extremo. Así ha seguido siendo durante el año que ha seguido a su retiro. Solo algunos ejemplos: es embajador de Unicef, tomando parte activa en el conflicto de Ucrania; colabora con el Gobierno en el Plan Estratégico para la Prevención de la Obesidad Infantil; forma parte de la Comisión de Atletas del COI; es embajador de la FIBA, y ha participado activamente en la promoción del Mundial femenino, invirtiendo, además, en la WNBA (NBA femenina), etc.

Son, todas ellas, acciones absolutamente medidas, cuidando siempre su perfil de bonhomía. Ha sabido modelar su imagen, cuidar su perfil público. Y eso, normalmente, no es fácil para el deportista, en general más centrado en el día a día y en la competición. También les vendrán múltiples ejemplos de deportistas a los que hemos idolatrado por su quehacer dentro de la competición, pero a los cuales no querríamos parecernos ni un poco en el perfil público.

Y es que pienso que es absolutamente imposible tener un perfil público bueno si uno descuida el privado, pero, sobre todo, el secreto. Dedíquense tiempo: tiempo para cultivarse, para trazar su camino, para seguir sus sueños. Quizá eso les lleve a ser su propio Pau Gasol.