Síguenos
Los Messis y Ronaldos del futuro Los Messis y Ronaldos del futuro

Los Messis y Ronaldos del futuro

Miguel Rivera

Hace unos días saltó a los medios nacionales una noticia en la que un partido de fútbol sala entre niños de seis años (sí, seis años) había terminado con un resultado de 34-0. El equipo ganador, tras la difusión de este abultado marcador, había publicado un tuit, casi tan polémico como el propio resultado, en el que pedía perdón por lo abultado del mismo, y en el que invitaba a los derrotados a ver el partido del primer equipo del club.

Enseguida, los medios de comunicación y las redes sociales se llenaron de críticas, tanto hacia el entrenador del equipo, por no haber impedido semejante goleada, como hacia el club, por la forma de comunicarlo.

En mi opinión, los niños hicieron lo que saben hacer: si se ponen a competir, compiten. Y los niños no entienden de humillaciones, desánimos o motivaciones: entienden de que quieren competir y hacer las cosas bien para meter muchos goles.

Es evidente que un marcador con tanta diferencia, lejos de ayudar a los equipos, o de promover los valores que debería incentivar el deporte base, es bastante disolvente, tanto para el que pierde (por el desánimo que le provoca), como para el que gana (por la facilidad con que lo hace).

El papel del entrenador del equipo ganador ha sido puesto en tela de juicio, para mí de forma injusta. Les explico el porqué: si está enseñando a jugar a sus niños, no puede decirles que dejen de meter goles. Es un mensaje totalmente contraproducente (“jugad bien, pasaos bien el balón y generad ocasiones, pero no metáis goles, que los rivales son muy flojos”). Piensen por un momento en el cerebro de esos niños de seis años. No entenderán nada: ellos están entrenando para mejorar, para hacer bien las cosas, y como consecuencia, meter goles. Si estamos enseñando a los niños a competir, no hay nada más nefasto que el mensaje de no entregarse al máximo. La misericordia no existe en la competición, y estoy convencido de que no entregarte al máximo en cualquier competición es la mayor falta de respeto posible hacia tu rival, sea cual sea el nivel.

Quizá deberíamos poner el foco sobre qué nos lleva a crear competiciones de niños de seis años, y buscar ahí a los responsables. Cuando estamos enseñando un deporte, y lo que eso conlleva, debemos enseñar a los niños a disfrutar y a divertirse con él, a aprender los gestos técnicos, a entender el juego que practican, y, por último, a competir.

Sin embargo, muchas veces empezamos por el final: entendemos la competición como un medio, en lugar de como un fin (utilizar la competición como forma de entrenamiento, en niveles más altos, es una gran idea dentro del proceso de entrenamiento, pero desde luego que no en niños de seis años). La idea de crear una super-estrella del deporte nos ciega, y queremos ver a los niños compitiendo enseguida, para detectar quién va a ser el bueno, quién destaca, y quién mete muchos goles. La idea, en una sociedad ultracompetitiva, es que, si el niño destaca antes, mejor será en un futuro, y eso nos ciega absolutamente. Llenamos las escuelas deportivas y los colegios de máximos goleadores, de futuras estrellas, y nos olvidamos de lo más importante: que los niños disfruten con el deporte.

Me temo que esta idea que hoy expongo vaya un poco a contracorriente de la opinión general, pero veo demasiados casos de futuros Messis y Ronaldos con seis o siete años. Los niños son niños y tienen que jugar, no competir. Ya tendrán tiempo de sobra, en el deporte y en la vida, para eso.