

Elimino para todos un mensaje en un grupo de whatsapp. Corriendo. Antes de que ninguno de los que está activo, en línea, pueda llegar a leerlo. En el esquema de comunicación aprendemos que una vez lanzado el mensaje al repeptor, si este lo lee, deja de ser nuestro y no hay vuelta atrás. La rectificación puede ser de sabios pero no deja de ser un concepto negativo. Se rectifica lo que no se debía de haber dicho, lo que no se debía de haber hecho, lo que no debería nunca pensar…
Aquel mensaje borrado se perderá para siempre. Puede que digan que siempre se deja un rastro, es posible, pero los rastros de los pringaus no tienen mucha importancia. No me imagino a ningún periódico digital reproduciendo los whatsapps que he puesto yo con mis amigos de la peña o con mi grupo de amigos del trabajo. Eso sí, su reproducción en cualquier sitio supondría mi caída a los infiernos. No creo que haya nadie en el mundo con tantos escrúpulos que superara la publicación de sus whatsapp al público en general.
Ese mensaje eliminado podría ser una propuesta, una idea genial, o un verso perfecto, un proyecto que cambiara tu vida, o la mía… o la del mundo entero, tras aletear una mariposa posada en tu ventana. Algo que hacer y que nunca se hará. Un momento, un instante mágico, o cruel, o necesariamente estúpido. En esa confusión delirante conoces que la verdadera razón, posiblemente, es la poca importancia que has alcanzado en un mundo que va tan rápido en lo aparente, y a la vez tan desquiciadamente lento en lo profundo, que te atascas en las mareas de un golfo de océano oscuro. Se ha perdido para siempre, lo borré, no lo leíste, no lo leisteis, quedará conmigo o lo olvidaré.
Quizás otro día intentaré replicarlo, visitar aquel momento inconcluso cuando estimé que lo mejor era borrar aquella idea, por la imposibilidad de llevarla a cabo, por vergüenza, por prudencia, por fidelidad, por amor, por compromiso, por perseverancia, por ingenuidad… Replicaré lo que intenté no hacer y no será igual. Nada será lo mismo porque volver atrás es como cruzar un mar sin saber nadar, como unas lágrimas ajenas que no son capaces de hacer con el llanto unas pequeñas purnas de barro.
Aquel mensaje borrado se perderá para siempre. Puede que digan que siempre se deja un rastro, es posible, pero los rastros de los pringaus no tienen mucha importancia. No me imagino a ningún periódico digital reproduciendo los whatsapps que he puesto yo con mis amigos de la peña o con mi grupo de amigos del trabajo. Eso sí, su reproducción en cualquier sitio supondría mi caída a los infiernos. No creo que haya nadie en el mundo con tantos escrúpulos que superara la publicación de sus whatsapp al público en general.
Ese mensaje eliminado podría ser una propuesta, una idea genial, o un verso perfecto, un proyecto que cambiara tu vida, o la mía… o la del mundo entero, tras aletear una mariposa posada en tu ventana. Algo que hacer y que nunca se hará. Un momento, un instante mágico, o cruel, o necesariamente estúpido. En esa confusión delirante conoces que la verdadera razón, posiblemente, es la poca importancia que has alcanzado en un mundo que va tan rápido en lo aparente, y a la vez tan desquiciadamente lento en lo profundo, que te atascas en las mareas de un golfo de océano oscuro. Se ha perdido para siempre, lo borré, no lo leíste, no lo leisteis, quedará conmigo o lo olvidaré.
Quizás otro día intentaré replicarlo, visitar aquel momento inconcluso cuando estimé que lo mejor era borrar aquella idea, por la imposibilidad de llevarla a cabo, por vergüenza, por prudencia, por fidelidad, por amor, por compromiso, por perseverancia, por ingenuidad… Replicaré lo que intenté no hacer y no será igual. Nada será lo mismo porque volver atrás es como cruzar un mar sin saber nadar, como unas lágrimas ajenas que no son capaces de hacer con el llanto unas pequeñas purnas de barro.