

¿Por qué subir una montaña? Les dirán que por las vistas, la satisfacción, la experiencia… Uno sube una montaña porque no puede subirla. Porque sospecha que no podrá. Por llevarse la contraria, lo que otros llaman superación. Pero no es eso. Es terquedad. Es no querer ver otro camino. Igual que las historias de abogados convertidos en vendedores de kebab. Es dejarlo todo y empezar de nuevo.
Sylvain Tesson cuenta cómo deciden un día recorrer todos los Alpes, un proyecto que les llevará años. Sencillamente, lo sugiere un compañero una mañana, todavía sondormido. El típico ¿y sí…? La Historia nos enseña que el mañana nunca es mejor, puntualiza Tesson. Es el “aprovecha el momento”, sólo que Tesson no se anda con gilipolleces. Ahora o nunca. No es el momento, sino la pregunta adecuada.
El esfuerzo lo borra todo, sentencia Sylvain, como gran explicación. Cuando llega ese momento, en el que no quedan fuerzas, cuando uno duda de sí mismo, cuando solo cabe una idea fija, cuando cada paso duele, cuando sigues por inercia, cuando tu cuerpo te pide parar, solo entonces descubres por qué vives, qué es de todas las cosas que te rodean aquello que te empuja. Ya no es la montaña, eres tú. Y ese es el punto para volver a empezar.
Lea Ypi relata en Libre cómo la Albania comunista se derrumba y arrastra, de paso, su niñez. Describe esos días raros tras la caída del gobierno cuando “hacer lo mismo, ir andando a clase, jugar en la calle, o comer con su familia” es recordado después como algo revolucionario. Seguir es lo más revolucionario. Querer a los tuyos, cuidar a tus amigos, ser normal, es la utopía.
El domingo corrí Zegama, la carrera de montaña más importante de España. Por una carambola. Conozco muchos que lo hubieran hecho mejor, no es falsa modestia, es tal cual. Ni siquiera el puesto es meritorio. Satisfecho con haber acabado. Con subir aquellas montañas, para seguir en el mismo sitio. Con los mismos, los que estuvieron ahí, aunque pareciese que subía solo.