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José Baldó

El próximo 11 de abril se cumplen 40 años del primer Oscar otorgado a una película española. Aquella lejana noche de 1983, José Luis Garci, vestido con un esmoquin blanco a lo Bogart en Casablanca, subía al escenario del Dorothy Chandler Pavillion de Los Ángeles y recogía el galardón a mejor película en lengua no inglesa por Volver a empezar.

El triunfo de un auténtico hombre-cine que, como los hombres-libro de Bradbury, está formado por los cientos de películas que ha visto a lo largo de los años: “Toda mi vida, desde que era niño, he soñado con este momento. Los sueños, a veces, se convierten en realidad”.

El romance del cine español con la estatuilla dorada venía de lejos. Grandes cineastas nominados como Bardem, Berlanga, Buñuel, Rovira-Beleta y Armiñán habían vuelto a casa con las manos vacías. Volver a empezar, una historia pequeña de amores maduros y segundas oportunidades logró conquistar el corazón de los académicos norteamericanos por la sencillez y naturalidad de un cine nacido de la emoción.

Antonio Miguel Albajara (Antonio Ferrandis) es un escritor y profesor de literatura en Berkeley que regresa a su Gijón natal tras recibir el Premio Nobel.

Sentenciado por una enfermedad terminal decide reencontrarse con Elena (Encarna Paso), un amor de juventud truncado por un exilio de más de cuatro décadas. Acompañan a los actores principales secundarios de lujo como Agustín González, el servicial director de hotel y, sobre todo, José Bodalo.

Escena histórica

Este último protagoniza una escena que forma parte de la historia de nuestro cine y que justifica por sí sola todos los premios recibidos por la película; aquella en la que Ferrandis le confiesa la razón de su regreso a España. La contención de Bodalo y su mirada cargada de tristeza y emoción, logran que desborde el lagrimal del espectador sin más artificio que la (machacona, eso sí) música de Pachelbel.

En el momento de su estreno, parte de la crítica se cebó con el film subrayando su apariencia de postal turística y sus largas secuencias dialogadas. Por supuesto, Garci cuenta con títulos más logrados en su filmografía. A mi juicio, los Cracks o El abuelo se encuentran varios peldaños por encima de este cuento de amor otoñal.

Si me apuran, tampoco estamos ante el mejor film español de entre los premiados con el Oscar, un honor que dejo a Belle Epoque, esa joya de la ‘joie de vivre’ que Trueba y Azcona se sacaron de la chistera y que habría firmado con gusto Jean Renoir. Con todo, no podemos negar que Volver a empezar funciona como crónica de la transición y radiografía del estado anímico de un país que despertaba de su letargo.

Además, la cinta puede presumir de ser el primer premio de la academia para una película hablada en español. Recordemos que Luis Buñuel lo había ganado unos años antes por El discreto encanto de la burguesía representando a Francia y que no sería hasta 1985, cuando Argentina lograría un nuevo galardón para el cine en nuestro idioma con La historia oficial.

Volver a empezar es un canto a la llamada “generación interrumpida”, la de aquellos que fueron jóvenes en los años 30, que sufrieron una Guerra Civil, una dictadura y, a finales de la década de los setenta, afrontaron esperanzados los inicios de la democracia.

Pero, sobre todo, la película es una historia de amor entre personas mayores capaz de convivir en nuestra memoria junto a clásicos incontestables como Dejad paso al mañana, Robin y Marian y En el estanque dorado. Después de todo, tuvieron que venir Garci y el bueno de Chanquete para recordarnos que “solo se envejece cuando no se ama”.