Síguenos
José Baldó

Probablemente, Happy Valley sea la mejor serie de televisión que usted aún no ha visto. Si no conoce a la sargento Catherine Cawood, cuenta con toda mi envidia por las horas de gozoso espectáculo que le aguardan. Los que ya han disfrutado la serie entenderán que me deshaga en elogios ante un drama británico que solo puede calificarse de obra maestra. No obstante, les haré una confesión: no ha sido hasta hace unas semanas, coincidiendo con el estreno de su tercera temporada, que me he decidido a recorrer las calles de este pequeño pueblo de Yorkshire marcado por la droga y la violencia. Tras ver las tres temporadas del tirón, en tan solo unos días, uno se pregunta en qué demonios andaba metido durante todo este tiempo para haber dejado escapar semejante joya.

La televisión inglesa nos tiene acostumbrados a producciones de gran calidad en los terrenos del thriller y el policial. Luther, Broadchurch, Line of Duty o La caza se han convertido por méritos propios en éxitos rotundos de crítica y público. ¡Olvídenlos! Si bien estas series cuentan con unos arranques magníficos y unas premisas de impacto, todas ellas acaban desinflándose en el desarrollo de las sucesivas temporadas. Por el contrario, en Happy Valley no hay tiempos muertos. Su creadora, la guionista y directora Sally Wainwright, no levanta el pie del acelerador en ningún momento y consigue que el interés del espectador crezca, capítulo a capítulo, hasta un final triunfal y desgarrador no apto para cardíacos.

El corazón de Happy Valley está en sus actores y, sobre todo, en su protagonista, Sarah Lancashire. En el prólogo del primer episodio, ella misma se presenta al espectador durante la negociación con un peculiar suicida: “Soy Catherine, 47 tacos, divorciada. Vivo con mi hermana, una exadicta a la heroína. Tenía dos hijos mayores, una murió, el otro no me habla. Y un nieto”. A partir de ahí, descubrimos un personaje poderoso conectado con las distintas tramas de la serie. Una mujer de apariencia fuerte, que no ha tenido una vida fácil y compensa su dolor ayudando a su comunidad como miembro de la policía local. El suicidio de su hija adolescente, violada por un psicópata y embarazada a raíz de esa agresión, deja a esta madre coraje con una cicatriz imposible de curar. En la primera temporada, un turbio caso de secuestro obligará a Catherine a plantarle cara a su pasado y a enfrentarse con el hombre que violó a su hija.

Con estos mimbres, el tándem Lancashire/Wainwright compone uno de los mejores personajes femeninos de la televisión reciente. Un papel que debió influir (y mucho) en los creadores de la fantástica Mare of Easttown (HBO, 2021) con quien la serie británica comparte el tono austero y la violencia contenida, el interés por los conflictos familiares y la presencia de una mujer protagonista (Kate Winslet) capaz de robar la función. Sin duda, más allá de las evidentes similitudes argumentales, ambas producciones suponen un triunfo de la televisión adulta y de calidad, que huye de los estereotipos y aporta un soplo de aire fresco al saturado mundo de las miniseries policíacas.

Háganme caso, no se arrepentirán. Las dos series son magníficas, pero si el exceso de trabajo y las extraescolares de los niños no les permiten disfrutar de ambas, láncense de cabeza a por la ficción británica. Desde el pasado mes de enero tienen las tres temporadas disponibles en Movistar +. Suscríbanse, róbenselo al vecino, vendan su alma al diablo, hagan lo que sea necesario, pero, por lo que más quieran, no dejen de visitar Happy Valley.