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José Baldó

El periodista Luis Costa reivindica en su libro ¡Bacalao! Historia oral de la música de baile en Valencia, 1980-1995 (Editorial Contra) la importancia del fenómeno cultural que revolucionó la escena musical europea a partir de la década de los ochenta. Más allá de los excesos, las drogas y el peligro de un ocio nocturno masificado, Costa recoge los testimonios de unos años en los que la Comunidad Valenciana llegó a convertirse en epicentro de la modernidad.

En sus comienzos, el “bacalao” (con ce) hacía referencia a la música de importación que llegaba hasta el DJ dispuesta a romper las pistas de baile. A lo largo de la década, el fenómeno creció y derivó en el peregrinaje incesante de miles de jóvenes cada fin de semana en torno a las discotecas más populares de la carretera del Saler.

Este movimiento de hedonismo desatado, una fiebre de música, alcohol y mescalina, se conoció con el nombre de “Ruta del Bakalao”.

¡Esta sí!

A finales del pasado año, Atresplayer Premium estrenaba la serie de ficción La ruta, un retrato nada complaciente de la popular “movida valenciana” a través de la historia de un grupo de amigos integrados en el fenómeno. Alejada de los ejercicios nostálgicos que acostumbran a copar las televisiones, La ruta no idealiza el pasado reciente, sino que apuesta por recrear las luces y sombras de esta revolución musical liberándola de cualquier hálito romántico.   

La serie no blanquea la ruta del bakalao, pero sí muestra los cambios que experimentó a lo largo de su corta historia. Sus creadores, Borja Soler y Roberto Martín Maiztegui, apuestan por una estructura narrativa inversa que altera el orden cronológico de las escenas. La acción arranca en 1993, en pleno declive de una fiesta desfasada por las drogas y, a través de sus ocho capítulos, viaja atrás en el tiempo para conocer los orígenes del fenómeno como ejercicio de vanguardia y pura libertad.

Al principio conocemos a los cuatro protagonistas de la serie instalados plenamente en ese universo: un exitoso DJ a punto de trasladarse a Ibiza, el empresario de la noche, la diseñadora de moda interesada en los detalles de esta revolución sociocultural y la adicta a la ruta que ha pasado su juventud en salas como Espiral, Barraca o Chocolate.

A medida que avanza la serie y retrocedemos en sus historias personales, el espectador es testigo de cómo en esos doce años, la decadencia y los traumas pierden terreno ante la inocencia de los primeros contactos con la fiesta. Con todo, La ruta es un coming-of-age en toda regla, un periplo vital en el que sobrevuelan los miedos y las pérdidas emocionales, las imposiciones familiares o las convenciones del entorno rural; una lucha materializada cada fin de semana a través de una explosión de baile, drogas y juerga sin fin.

Les confesaré mis reparos iniciales a enfrentarme a La ruta. Nunca he sido amante del ‘Bakalao’, aunque tengo la edad suficiente para haber comprado algún que otro Máquina Total en discos La Gramola, y prefiero que me trepanen el cráneo sin anestesia antes que volver a escuchar los eufóricos ¡Hu-Ha! de Chimo Bayo. Sin embargo, he de reconocer que la ficción te atrapa sin remisión a lo largo de toda la temporada.

Los actores Àlex Monner, Claudia Salas, Elisabet Casanovas y, en especial, Ricardo Gómez (el popular Carlitos de Cuéntame) demuestran una química y complicidad que no veíamos en las pantallas desde hacía tiempo, y la cuidada ambientación logra hacerte sentir en pleno corazón de la noche valenciana sin miedo a la resaca del día siguiente.

Resumiendo, y para que nos entendamos, lo que viene siendo una serie… de categoría, nano.