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Las 'pelis' de acción son para el verano Las 'pelis' de acción son para el verano

Las 'pelis' de acción son para el verano

José Baldó

Estoy convencido de que la playa saca a la luz la verdadera naturaleza del ser humano. Durante quince días, plantarse frente al mar cada mañana, cargado con toallas, sombrilla, sillas, colchoneta hinchable, cubos y palas de plástico me hace sentir como un auténtico héroe de cine de acción. ¡Qué narices! Dentro de mi cabeza camino hasta la orilla en Slow mo (con permiso de Chanel)  y mis pasos siguen el ritmo de una fanfarria épica a lo John Williams. Soy como Bruce Willis o Jason Statham, con más pelo y menos testosterona, pero con las mismas ganas de hacer saltar por los aires a todo aquel que se interponga en mi camino hacia la primera línea de playa. Poco importa que vistan trajes de baño floreados, tengan casi ochenta años y más recursos que el mismísimo Alan Rickman en Jungla de cristal.

Hace tiempo que Hollywood se hizo dueño de nuestras vidas. En mi caso, la primera vez que vi Arma letal o Depredador en VHS vendí mi alma al diablo y decidí que aquel era el camino que deseaba seguir. Años más tarde, la llegada de las nuevas plataformas de streaming y su famoso algoritmo de recomendaciones ha conseguido que la servidumbre de millones de aficionados al cine de acción y el thriller de gran consumo sea absoluta. Pero no me malinterpreten, siempre he considerado las películas de acción como la quintaesencia del lenguaje cinematográfico. Un género en constante evolución, capaz de expandir las posibilidades del medio y, casi siempre, contar con el apoyo del gran público: del western (La diligencia) al bélico (Doce del patíbulo), del cine de aventuras (En busca del arca perdida) a la ciencia ficción (Matrix).

La acción es mucho más que peleas, disparos o explosiones; responde a la esencia misma del acto de narrar una buena historia y necesita siempre de la complicidad de su audiencia, aunque, en ocasiones, la credibilidad se pierda por el camino.

El agente invisible (The Gray Man), el último estreno exclusivo de Netflix, es el típico blockbuster veraniego que acostumbraba a reventar las taquillas de los cines y que ahora debemos conformarnos con ver en casa. Otro prisionero más de las cuatro esquinitas del LG. Y digo esto porque la película tiene todos los ingredientes para dejar al público boquiabierto frente a una gran pantalla. Ya saben, sala Maravillas, fila 12, butaca centrada y con una buena provisión de palomitas. Actores de primera fila: Ryan Gosling como héroe de rostro imperturbable, un tipo que pone la misma cara bailando con Emma Stone en La la land que pegando tiros en el centro de Praga; Ana de Armas, recién salida de la última aventura Bond; y Chris Evans, sin duda alguna, la gran sorpresa del film. El antiguo Capitán América parece habérselo pasado en grande componiendo este villano sociópata que cita a Schopenhauer  y se jacta del valor del sufrimiento.

A pesar de  algunas flaquezas de guión y un uso exagerado de planos rodados por dron, El agente invisible es un entretenimiento de primer nivel. Una película desvergonzada y plenamente consciente de ser una fagocitadora de franquicias ya existentes: el James Bond de la era Daniel Craig, la saga Misión Imposible e, incluso, los exitosos productos de la factoría Marvel. No en vano, sus directores, los hermanos Anthony y Joe Russo, son también responsables de Capitán América: Soldado de invierno y las dos últimas entregas de los Vengadores.

Hay mucha gente que prefiere tumbarse al pie de la piscina, ajustarse las gafas de pasta y pasar el verano sumergido en la enésima relectura del Ulises de Joyce. ¡Bien por ellos! Tras varios intentos, para mi vergüenza, les confieso que nunca he podido terminar ese libro. En cambio, he visto media docena de veces Cara a cara y les juro por San Nicolas Cage, que he disfrutado de lo lindo con cada una de ellas.