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José Baldó

Rob Fleming, la icónica creación de Nick Hornby para su novela Alta fidelidad, se lamía las heridas del desamor confeccionando, una y otra vez, innumerables listas con todo tipo de tops: películas, capítulos de Cheers, canciones para un día lluvioso o la “playlist” definitiva con los mejores temas de la música pop. Títulos de diferentes grupos, épocas y estilos que cubrían la biografía amorosa y sexual de un personaje que en el cine adoptó el rostro y las (buenas) maneras de John Cusack.

Alta fidelidad es una de mis novelas favoritas y, al mismo tiempo, una de esas películas que me llevaría a la dichosa isla desierta. Un título que juega en la misma liga que otros clásicos como Beautiful Girls, Harold y Maude o, mi preferida de todos los tiempos, El apartamento. Me descubro ante ustedes como un enfermo del mismo mal que el personaje de Hornby y un devoto practicante del entretenido, aunque inútil, arte de hacer listas. En mi caso, esta afición se limita a las preferencias cinematográficas: mis comedias más queridas, las películas perfectas para ver en una primera cita, para sobrellevar una ruptura, las mejores para acompañar una convalecencia en la cama… Esta afición me obliga a bucear periódicamente en las procelosas aguas de internet o en publicaciones especializadas para dar con nuevos rankings que ayuden a calmar mis ansias de enciclopedismo cinematográfico.

A principios de diciembre salía a las calles el último número de Sight and Sound, la legendaria revista editada por el British Film Institute que, cada diez años, publica la lista definitiva con las mejores películas de la historia del cine. Una encuesta confeccionada a partir del concurso de críticos, cineastas, programadores y demás profesionales del medio. En esta ocasión, un total de 1639 personas han participado en las votaciones con el fin de abarcar el mayor espectro posible y dar una visión certera del arte cinematográfico. Todo ese enorme esfuerzo, dedicación y horas de abnegado amor al invento creado por los hermanos Lumière para llegar a la sorprendente conclusión de que Jeanne Dielman 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975) es el mejor film de todos los tiempos (sic).

No me malinterpreten, no pretendo restar méritos a la obra de la directora belga Chantal Akerman; tampoco dudo de las buenas intenciones de los sabios cinéfilos y de su veredicto, pero llama la atención que sea precisamente un título como éste, tan desconocido y alejado de los gustos del gran público, el que haya conseguido relegar a Vértigo y a Ciudadano Kane al segundo y tercer puesto del podio. Jeanne Dielman narra la rutina diaria de un ama de casa viuda que cuida de su hijo durante el día y, por la noche, debe prostituirse para salir adelante. Un film despojado de artificios, casi espartano, un canto a la cotidianeidad cuyos ¡200 minutos de duración! ponen a prueba los esfínteres del espectador más curtido.

Reconozco la importancia de una lista que tiene por objeto reivindicar películas y directores olvidados, que sirve para renovar los cánones y adaptarse a los cambios continuos del lenguaje cinematográfico. No hay duda de que es un ejercicio necesario, pero en ese “cambio de armario” corremos el peligro de dejar por el camino cintas que merecen mayor consideración. Entre los primeros puestos, además de los films citados, encontramos obras maestras incontestables como Cuentos de Tokio, 2001: Una odisea del espacio o Cantando bajo la lluvia junto a joyas modernas del calibre de Mulholland Drive o In the Mood for Love.

Les confieso que me duele ver El padrino o Centauros del desierto alejadas de los primeros puestos (12 y 15, respectivamente) o tener que esperar a la posición 84 para encontrar el primer título español, la inmortal El espíritu de la colmena. Por supuesto, entre los cien títulos elegidos ni rastro de Buñuel, Berlanga o Almodóvar. Vamos, lo que viene siendo una lista… más bien tonta.