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May Serrano

Me siento frente al ordenador con la intención de escribir sobre la acción de dar y empiezo por darme un tiempo.

No tengo claro qué es lo que quiero decir y en vez de llenar la hoja con lo que ya he dicho ( le recuerdo que estoy reescribiendo todos los artículos del año pasado) decido darle una vuelta. Me vienen a la mente un sinfín de expresiones que utilizamos habitualmente con este verbo. Dar confianza, dar permiso,dar espacio, dar la palabra, dar crédito, dar pena, dar asco,dar paz, dar guerra, dar por saco...

Para serles sincera, no encuentro el hilo del que tirar. Me entretengo poniendo la atención en la planta del pie izquierdo. La siento como un desierto, un mar de dunas. No es tierra firme. Y me surge la pregunta de si no estaré dando por hecho algo.

Va a ser por aquí.

A veces, damos por cierto que los que están al mando están velando por el interés general y, en el día a día, nos damos cuenta que nada que ver con la realidad.

Hace un mes que estamos sin director de este periódico. Una piensa que detrás de una acción tan drástica hay un plan, un nuevo camino, una directriz que seguir pero 30 días después seguimos sin dirección clara.

¿No sería este un buen momento para dar marcha atrás? Pregunto.

¿Qué está pasando realmente? ¿A quién se lo han propuesto? ¿Quién ha dicho que no?

Dar explicaciones puede ser complicado, sobre todo si nosotras mismas no tenemos claridad en lo que realmente queremos.

Como lo macro es reflejo de lo micro, aprovecho para traer el quiz de la cuestión ¿Qué quiero? Yo ¿qué necesito?. Me encanta esta pregunta y me sorprende todas y cada una de las veces que me la hago.

Preguntarme qué necesito, darme el tiempo necesario para escuchar la respuesta y ser completamente honesta. Darme la oportunidad de ser clara y concisa. Decirme la verdad.

¡Qué momentazo!

Pararme a escuchar lo que realmente quiero, escucharme y decirme la verdad. Darme la oportunidad de creer en mí y pasar a la acción.

Normalmente estas acciones son pequeñas, casi imperceptibles al ojo ajeno, pero tan importantes que son las que dan sentido a la vida.

Puede parecer que los grandes gestos son los que marcan la diferencia cuando, en realidad, es en lo pequeño donde podemos realizar los grandes cambios.

Dicen que cada día tomamos más de 30.000 decisiones. ¡glups! ¿Cuantas hacemos conscientemente? ¿cómo cambiaría mi vida? ¿cómo afecta a las de las demás? Las prisas nos empujan a no darnos el tiempo necesario para reflexionar y decidir y las piezas del dominó caen por la inercia.

¿Qué voy a comer hoy? ¿Donde voy a comprar la comida? ¿Qué precio estoy dispuesta a pagar? ¿De dónde vienen las alcachofas? ¿A quién apoyo con mi elección? La revolución de las pequeñas cosas está en marcha. Poner el foco en  lo que realmente quiero puede marcar un rumbo totalmente diferente. Si no me cree preguntéselo a las agricultoras.

Imagínese usted hoy haciendo la compra: parando un momento a ver en qué se va el dinero de su elección y decidiendo que quiere apoyar a las que trabajan la tierra, esta, la que tiene más cerca... ¿cómo esta acción diminuta repercutiría en el orden mundial?

Y con esta pregunta doy por finalizada mi reflexión de hoy dándole las gracias por elegir leerme hasta el final.