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May Serrano

Como les conté en mi último artículo cada quince días releo lo que escribí hace un año para ver si sigo pensando lo mismo.

El año pasado por estas fechas escribía:

“¡Se me había olvidado el trajín previo a Medievales!. Sube al trastero, busca las cajas con los trajes. A ver qué hay del año pasado, qué falta, a quién le vale este vestido, de quién es esta saya.

Hay que repasar algunos dobladillos, buscar la capa que se ha perdido entre los armarios. Quedar con la vecina para pasarle los que se les han quedado pequeños a las chicas

Organizar la haima, hacer la lista de la compra, ver quién monta el jueves...que desmontar ya sabemos que lo harán las de siempre.”

No hace falta cambiarle ni una coma. Han pasado 365 días y estamos en el mismo lugar. Las calles llenas de estandartes, escenarios, más bullicio de lo habitual... La rutina medieval.

Al cerebro le gusta ahorrarse energía. No lo hace por vagancia sino por supervivencia. Nuestra mente, siempre pensando en salvarnos la vida, intenta ir por el camino conocido y le da perecilla investigar en lo nuevo ¡no sea que nos vayamos a poner en peligro!

Abrir cajones, desenterrar miedos, buscar otras opciones le parece casi como adentrarse en la selva.

“Sshhh, tranquilica, estate quieta que alteras el orden establecido.”

Y así, casi sin enterarnos, la rutina se parece mucho al aburrimiento. Los sueños se van apagando y la ilusión ni está ni se la espera.

Nos resistimos al cambio. Nos enganchamos a lo conocido aunque lo conocido no nos guste ni un pelo.

Es gracioso, ¿no?

En un mundo donde la única constante es el cambio nosotras nos aferramos con fuerza a la parálisis.  Como en un truco malo de magia creemos que si nosotras no nos movemos nada se moverá. ¡¡JA!!

El cerebro, intentando ahorrar energía no se da cuenta de que la está derrochando porque andamos por un mundo que, en realidad, ya no existe. Aunque por fuera todo apunte que vamos al medievo, OTRA VEZ, por dentro no somos las mismas personas, el planeta ha cambiado, los recursos han disminuido, las agricultoras se han hartado, el director de este periódico ha sido cesado, la Topetona ha cerrado,

¿Qué podemos hacer para integrar los cambios constantes en nuestra vida? Yo propongo entrenar el cerebro. Multiplicar las conexiones neuronales. Como quien va al gimnasio. Esta sería la “rutina” del entreno:

Lo primero, aceptar. Parar, observar, estar presente en el momento para obtener información real de lo que está pasando. Todo está en constante cambio.

Segundo. Escuchar mis miedos. Me estoy abriendo a lo desconocido, ¿Han ido alguna vez a la casa del terror de un parque de atracciones?

Pues eso mismo. Una se espera lo peor y al final no pasa nada. No es para tanto. Escucho mi miedo, a ver qué me dice y avanzo con calma.

Tercer ejercicio. Este es físico. Entrenar el cerebro. Cambiar de sitio pequeñas cosas de casa. La sal, los calcetines, el lugar donde dejo mis zapatos. Verá que muchas veces va a acudir al mismo sitio de siempre pero, poco a poco, la mente irá creando caminos nuevos. Funciona con cosas pequeñas y con patrones de toda la vida.

Me he puesto intensa y me viene a la mente la canción recomendada de hoy, El amor de Massiel. Desgarradora. Se la recomiendo cuando quieran entregarse al drama.  Te sube y te baja durante 4:42 minutos. Te quedas como nueva.