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May Serrano
Estoy enganchada a los Sudokus. Empecé hace unos meses, siempre me han gustado más las letras que los números y aprendí a hacer sudokus con la intención de entender el comportamiento de los números.

Juego on line así que no sé cómo será practicar con el papel, esos libritos que tienen principio y final. He visto a gente que lo hace con lápiz y goma y tiene la opción de borrar todas las veces que haga falta. Prueba y error.
En mi aplicación puedes fallar 3 veces y también tienes la opción de pedir ayuda 3 veces. Puedes elegir el grado de dificultad y no hay un máximo de partidas.

Como una persona de bien que soy me creí a pies juntillas las instrucciones que venían a decir “no inventes, piensa lógicamente y no cometas más de 3 errores, puedes pedir ayuda, pero tampoco te pases, solo 3 veces”.

Al principio la frustración era máxima, claro, hasta que vas dándote cuenta cómo funciona el juego no paras de cometer errores y empieza el discursito mental: maaaaaaalllll, lo has hecho mal, despistada, torpe, idiota, eres muyyy mala para las matemáticas, etc.

Cuando todo va bien y voy acertando por lógica todos los números los pensamientos tampoco paran: JA! Si es que soy la pera! A lista no me gana nadie, mira la magia de mi melena, etc.

Hasta hace pocos días seguía creyendo que las normas citadas eran infranqueables, no se podían hackear, ni cambiar y solo quedaba ceñirse a ellas pero, una mañana café en mano, me dí cuenta que esto era una solemne tontería porque por más que falle la aplicación siempre me da “una segunda oportunidad” tengo que pagar el peaje de ver un anuncio, sí, pero puedo seguir intentándolo!!

Y aquí es cuando aprecié que los Sudokus contienen más verdades que el I Ching. He aprendido muchas lecciones de vida de este pasatiempo, las voy a resumir en 3:

Primera, no creer en todas las normas y poder saltármelas cuando crea que es necesario. Cuando mi intuición me dice que el 3 va en la esquina superior derecha normalmente tengo razón. A la mierda la lógica, a veces funciona y otras no.

Segunda, puedo equivocarme sin miedo porque la vida siempre trae una segunda oportunidad. Y tercera y cuarta. Ahora no es tarde señora, puede usted volver a intentarlo.

Tercera, me cuesta pedir ayuda. Casi nunca agoto los 3 comodines. ¡Prefiero equivocarme! ¿Qué mierda es esta? Mierda de la buena, ya se lo digo yo. Porque si levanto mi cabeza del móvil y pongo en pausa la partida me doy cuenta que pedir ayuda, en general, se nos da bastante mal. No estoy sola en esto, lo sé. Pedir ayuda significa reconocer que no puedes sola. Auch! Mostrarte vulnerable ante otras personas que pueden aprovecharse de tu debilidad. Queremos mantener la imagen de fortaleza cuando lo que estamos construyendo en realidad es fragilidad.

Nada más sanador que darte cuenta de lo que necesitas y pedirlo abiertamente. “Llevadera es la labor cuando muchos comparten la fatiga” leo en el Instagram de La Plataforma de afectados de la Calle San Francisco, admiro profundamente a estas vecinas que piden la ayuda que necesitan y me da esperanza ver cómo se van sumando personas e iniciativas: las huchas, conciertos, ilustraciones, concentraciones...

“Nuestra suerte será la vuestra” dice otra de sus imágenes y me imagino un gran grupo de personas creciendo y apoyándose unas a otras, pidiendo ayuda y dejándonos ayudar cuando no podemos más y el mundo me parece más amable, más humano, menos raro...