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May Serrano

Estoy sentada en una mesa de la sala de lectura de la Biblioteca Municipal. Son las 11:09 y mi compromiso es entregar este artículo antes de las 14:00. He decidio empezar contando qué estoy haciendo porque si me pongo a pensar qué escribir en mi cabeza solo hay una idea: TIC-TAC. Se acaba el tiempo. TIC-TAC, las 11:10. TIC TAC no sé qué poner...

Respiro, apoyo los pies en el suelo y recurro al pensamiento mágico: cuando sean las 11:11 mi mente se abrirá y encontrará lo que quiero contar hoy... TIC TAC.

Las 11:11 y nada...

Alguien arrastra suavemente una silla, las 11:12. Mi compañera de mesa se rasca la frente. Ahora se toca el labio superior como queriendo arrancar una pielecita.

Un señor mayor con jersey granate, sentado frente a mi en la mesa contigua, se levanta con un libro en la mano. No alcanzo a ver de qué libro se trata y oigo el sonido de sus zapatos mientras, intuyo, abandona la sala.

Dos chicas de unos 20 años, que están sentadas de espaldas a mí en una mesa a mi derecha susurran algo en voz baja.

11:15 Suena una campana.

Alguien pasa una hoja con brio.

Alguien teclea en su ordenador.

Más pisadas.

Una cremallera se cierra.

11:16 Acerco mi silla a la mesa.

Me doy cuenta que tengo la lengua presionando el paladar superior. La relajo.

Releo lo que he escrito y pienso ¡pues esto es lo que tengo hoy! Y de repente CLICK.

Me encuentro con una bolsa de dulzura, de calma, de cuidados. Tomarme el tiempo necesario, sin presionar, sin querer mostrar lo que no hay. Aceptando el vacio, con paciencia, fijándome en los pequeños detalles, dejando que mis sentidos se despierten.

M e  d o y  t i e m p o.

Guauuu, me parece todo un lujo: “me doy tiempo”. En estos momentos en los que la vida vuela, las cosas pasan rápido, la comida es un yatekomo, las sesiones caducan, los móviles se autodestruyen, la ropa se deshace, las citas previas llenan las agendas, no hay tiempo disponible para respirar tranquilas, conversar, escuchar con atención.

Correr, correr, correr... Parar y darme tiempo es como decir “me abro una lata de caviar beluga”. Un lujo.

Puede que a usted todo esto le parezca una pérdida de tiempo, es una posibilidad, y vea que no es rentable ni efectivo. Me imagino que así piensan los gestores de la sanidad que deciden que la médica de familia tiene suficiente con 5 minutos por paciente. ¡¡Venga, al grano!! ¡no me cuentes tu vida! Que tengo la agenda llenita de citas previas.

Y así las prisas nos roban el oro que hay en cada segundo y cada vez nos sentimos mas pobres, más miserables sin saber muy bien por qué.

El tiempo de parar y escuchar parece un tiempo improductivo, “ahí, ahí haciendo la vaga!!” y, sin embargo, es dónde se encuentran las monedas de oro, los tesoros escondidos, información valiosa empaquetada de lujo.

Si una médica de familia pudiera tomarse el tiempo necesario para escuchar en profundidad a su paciente puede que ahorrásemos mucho dinero en pruebas innecesarias, en medicamentos prescindibles, en preocupaciones y dolores. Pero claro, ¿cómo se invierte en la nada, en el vacio, en la paciencia?

Si se puede hacer en 5 minutos ¿por qué vamos a dedicarle 10? Y la vida se acelera, pasa cada vez más rápida y más insípida.

Ojalá todo más lento... Más lleno, más dulce, con más tiempo, más presencia, más escucha... ojalá más tiempo.

(Bueno, todo menos las campañas electorales, en eso sí que podríamos ir rapidito)