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Apego, dependencia y supervivencia Apego, dependencia y supervivencia

Apego, dependencia y supervivencia

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Grupo Psicara

Por Beatriz Gonzalvo Iranzo

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. Hoy dedicaremos nuestro espacio a indagar sobre dos conceptos sumamente escuchados en nuestra sociedad: el apego y la “dependencia”.

No es difícil que a tus oídos lleguen estos términos de forma rutinaria, podría decir que cada día me encuentro con la palabra “dependencia” en la boca de muchas personas y, normalmente, no suele ser expresada con una intención elogiante, sino todo lo contrario. Pero, ¿estamos entendiendo este concepto de forma apropiada?

En artículos anteriores mi querida compañera Carla Barros ya hacía mención a este tema. Hoy, profundizaremos en el conocimiento (o desconocimiento) de estos dos conceptos intrínsecamente relacionados y analizaremos el peso que tienen en nuestra sociedad.

Si comenzamos por entender a qué nos referimos cuando hablamos de apego, lo podemos definir como la predisposición (biológica y psicológica) para buscar y mantener la proximidad del cuidador, especialmente en situaciones de peligro, para asegurar la supervivencia.

A mediados del siglo anterior, junto con su Teoría del Apego, Bowlby nos planteaba la idea de que, a lo largo de la evolución, la selección natural favorecía a las personas con unos vínculos de apego, pues éstos le proporcionaban una situación favorable en la competición por la supervivencia. Aquellos individuos que sólo confiaban en sí mismos y carecían de compañeros que les protegieran, tenían más probabilidades de convertirse en presas. Sin embargo, los que contaban con alguien que cuidaba de ellos, sobrevivían el tiempo suficiente como para transmitir a su descendencia la importancia de crear lazos estrechos. Esta teoría nos revela un principio esencial: la motivación y necesidad básica del ser humano de disfrutar de una relación íntima que aporte seguridad está grabada en nuestros genes.

Si bien es cierto que todos compartimos una misma necesidad básica: crear vínculos seguros (en artículos anteriores ya daba voz al poder de los vínculos afectivos), el modo de proceder a ello puede variar enormemente de una persona a otra, aquí es donde entran en juego los distintos estilos de apego. Este patrón de relación lo comenzaremos desarrollando en la infancia con nuestros primeros cuidadores y, posteriormente, con aquellos seres con los que creamos fuertes vínculos en la adultez (comúnmente nuestra pareja).

Cuando el entorno es muy peligroso, las probabilidades de sobrevivir duraderamente al dedicar considerable cantidad de tiempo y energía en una única persona son escasas, nos perjudicaría, por lo que tiene sentido que desarrollemos un estilo de apego evasivo, absteniéndonos de crear lazos demasiado estrechos. También se puede dar la estrategia opuesta en condiciones desfavorables, inclinarse a desarrollar una actitud hipervigilante y hacer lo posible por permanecer cerca de las figuras de apego (de ahí el estilo ansioso). En cambio, cuando el entorno es favorable y nos encontramos con un contexto propicio, invertir tiempo y energía en establecer vínculos de apego con un individuo en particular, resulta muy beneficioso, encontrándonos con el estilo seguro.

Pese a las diversas formas de relación que caracterizan a los distintos estilos, todos comparten un fin común: conectar con alguien que consideran especial para la conservación de la especie, de la familia.

Estamos hechos para depender de una figura significativa, elegir a un individuo en particular de nuestro entorno y convertirlo en alguien valioso para nosotros. Es una necesidad que comienza cuando estamos en el útero y termina cuando morimos. Es posible que esta afirmación te genere sorpresa, sobre todo si te encuentras habitualmente sumergido en el ansiado “movimiento” de la independencia, autosuficiencia e individualización que nos acompaña hoy día en nuestra sociedad en forma de comentarios tales como: “tu felicidad sólo depende de ti”, “tu bienestar no es responsabilidad de tu compañero del mismo modo que a ti no te pertenece la suya”, “tus problemas son sólo tuyos, si necesitas un hombro para llorar, tienes dos”, “eres muy dependiente y deberías aprender a poner límites”, “tienes un problema si encuentras dificultades para distanciarte emocionalmente de tu pareja”, “no deberías engancharte tanto a una persona”, etc.

Detrás de estas concienzudas afirmaciones se desprende una premisa predominante: algo dentro de ti está funcionando defectuosamente si percibes que empiezas a depender de alguien. Por lo tanto, tendrás que hacer un trabajo personal para corregir tus deficiencias y adquirir mayor independencia e individualidad porque, en el peor de los casos, acabarás por necesitar a esa persona, una situación equiparable a una adicción, y las adicciones, todos lo sabemos, acarrean grandes peligros. Si bien esta declaración puede llegar a ser fundamental en el abordaje de situaciones determinadas para casos extremos, también puede ocasionar numerables efectos perjudiciales cuando se aplica de forma indiscriminada a la población, cuando se recibe como una lección moral y ética de lo que es lo adecuado y, para rematar, se proclama valioso el camino opuesto.

Si bien es cierto que en la sociedad moderna no sufrimos las mismas amenazas de los depredadores, en términos evolutivos nos hallamos a sólo una fracción de segundo del antiguo código de funcionamiento. Nuestro cerebro emocional, legado del Homo Sapiens, está diseñado para operar en su entorno y superar los peligros que aquél afrontaba.

Hemos manchado el concepto de dependencia, confundiéndolo con un patrón disfuncional en las relaciones y llevándonos a un entendimiento y determinación de nuestro vivir que puede generarnos grandes problemas. Poco cuestionable sería preguntarse si hay o no dependencia en nuestros vínculos cercanos: siempre la hay. Una fascinante coexistencia sin la compañía de sentimientos desagradables de vulnerabilidad y miedo a la pérdida suena de maravilla, pero no forma parte de nuestra biología, por más que la sociedad nos lleve a ello y nosotros lo intentemos.

“Si quieres coger la vía de la independencia y la felicidad, busca a la persona idónea de la que depender y transítala a su lado”.

J. Bowlby - Teoría del Apego -

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