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Había una vez Había una vez

Había una vez

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Javier Hernández-Gracia

En lo más profundo de las montañas de Oregón estaba Fracasrel. Dentro de lo que es el árido libro de la historia de las tierras de montaña, Fracasrel tenía cierto pasado, discreto pero con huellas, y eso que había sido cruce de caminos de cientos de forajidos, negreros que perseguían esclavos y de unas cuantas tramas de indios vaqueros y verdulería.

Era una ciudad tranquila de interior. No es para decir que nunca pasaba nada, pero casi nunca se sucedían cosas que alteraran el “estar agustico” que era un bien preciado para casi todos los habitantes del lugar. De Fracasrel eran Thelma y Selma, dos pizpiretas estudiantiles que se habían forjado en calles y plazas de este mapa urbano. Thelma era más risueña mientras que Selma era más austera en sus reacciones, ambas eran amigas for ever.

Thelma con su idea de ser cantante cuando fuera mayor y lozana, a su edad ya era reina indiscutible del karaoke, donde casi adolescente había triunfado en un programa de ámbito nacional (y eso es mucho ámbito) de 5Chanel.TV, con sus temas tradicionales y su incondicional amor a México lindo y querido que tanto entusiasmaba al vecindario.

Por su parte Selma era más reservada, de pocas bromas ella; se autodefinía como práctica, aunque a veces más que práctica parecía un sota de bastos, claro que en el Oregón profundo no saben lo que es el guiñote así que esto es de mi cosecha, lo suyo era más ordeno luego mando, no solo los papeles del colegio, también los de sus compañeras; de hecho para muchas de ellas era muy gobernuda, entre gris y gobernuda. Crecieron Thelma y Selma y pronto se involucraron en grupos juveniles, ya se sabe que lo profundo del territorio es proclive a este tipo de asociacionismo; con los años tuvieron que tomar la gran decisión, si dedicarse por entero a estas actividades o seguir con carreras faranduleras/ administrativas y ambas eligieron seguir con todo ya que ellas presumían de mucha capacidad.

Cuando eres joven y bisoña la vida es una tómbola de luz y de color, pero llegar a ese tiempo veinteañero cambia imagen, intuiciones y sobre todo el carácter; aquellas otro tiempo amigas de gominola y refresco acabaron en fraternidades diferentes y negros nubarrones de animadversión crecieron en esas miradas antaño cándidas y losadas. Como negra señal de humo se tornó la fluidez que en vivencias pretéritas las hacía compañeras de luneta, de comba y del baile del establo, acontecimiento principal dentro de las renombradas y etílicas fiestas de Fracasrel. Dos precipicios insalvables se abrían entre aquellos espíritus de regaliz rojo y regaliz negro, de hombreras en la camiseta y camiseta con hombreras; viento helado, sopa fría y no haber estudiado y viajado lo suficiente convertían en un paisaje de hielo todo.

Y Fracasrel las encumbró y con ello se inmoló, años de dureza, de incomunicación de tirios y troyanos, de una a Búfalo y otra a Jacksonville, de ha sido personal con tiro libre adicional o ha sido herejía porque te damos gracias señor por estas responsabilidades para las que estamos preparadísimas aunque haya personas infernales que lo pongan en duda. Ya he incidido que era un sitio tranquilo Fracasrel y ciertamente siguió tranquilo; con el tiempo se podía charlar con el sheriff y el buen hombre confesaba cómo el proyecto de nuevo puente de las afueras estaba parado porque Thelma dice que ella es quien tendría que dar las últimas recomendaciones pero Selma dice que ella no se ha comprado un vestido en Vetustas y Modas de Arado -asesores de su estilismo desde hace muchos pero muchos años- para que nadie le pise el callo en Oregón y todo el resto de la costa oeste.

La asociación de tractoristas había propuesto abrir un museo dedicado a John Deere, que se dice había nacido en un lugar cercano a Fracasrel; había cierta ilusión entre diversos colectivos, de hecho la Universidad de Harward estaba interesada. John Deere y el motor de diseño, todo un hito en el mundo de la ciencia y la cultura, pero Thelma al no ser folclore regional no lo veía, Selma al tratarse de cultura tampoco se entusiasmaba y, claro, como no hablan entre ellas, pues al final fue San Francisco quien se hizo con el legado de John Brandon Deere. Esos californianos que van siempre a la suya y nos quitan todo podría pensarse por la buena gente de Fracasrel, pero no, como en Pedro Navaja créanme gente que aunque hubo ruido nadie salió, no hubo curiosos, no hubo preguntas, nadie lloró, vamos como en Joaquín el necio de Albert Pla: la clientela volvió a beber.