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Javier Hernández-Gracia

Al trazar líneas sobre cosas que uno ha vivido, o ha sido testigo, tengo la sensación muchas veces que hay un mundo que transmuta, que se acaba o que ha cambiado tanto que reconocerlo me cuesta. Otras veces no son tantos los cambios, dos pinceladas y tres toques de maquillaje y como dice mi gran amiga Ángelica Morales que la Escarcha París no falte, y como la pone la Lola no lo hace nadie.

Me cuesta creer que Laura Valenzuela tuviera ya 92 años, es de esos rostros que cambian pero dentro de una cierta armonía; tengo además la seguridad de que de treinta para abajo nadie conoce a Laura Valenzuela, ni siquiera todos esos modernos y modernas que saben todo del Benidorm Fest.

Luego los mismos modernos y modernas se quedan boquiabiertos por el típico yoturber de Arkansas que ha descubierto la actuación de Conchita Bautista en Napoles 1965, y se maravillan de “Qué bueno que bueno sea tan pegadiza”; no vamos a cortocircuitar neuronas contando la versión de Los Sirex que eso ya es de nota y no sea que empiecen a estallar pantallas de móvil ¡Con lo que cuestan!

A resultas de todo esto diré que es normal que nadie -o mejor dicho- casi nadie, sepa que Laura Valenzuela en realidad se llamaba Rocío Laura Espinosa López-Cepero, sevillana ella, hija de piloto de aviación. Por el año de su nacimiento su padre tuvo que ser de esos pioneros de la aviación civil española, nació en Sevilla, pero sin llegar al año se trasladó con su familia a Madrid.

Es frecuente escuchar lo de que tal canción forma parte de la banda sonora de tu vida, pero no menos cierto que algunas imágenes o algunos personajes, por ser más exactos, también forman parte no de la banda sonora pero sí de la película, corto o documental que es la vida. Lo de Laura Valenzuela es innegable para toda esa generación que vio el nacimiento de la pequeña pantalla allá por el año 1956, lo curioso de su llegada a la televisión radica en la recomendación que le hace José Luis Ozores, porque en el Paseo de la Habana madrileño la incipiente TVE necesitaba presentadoras.

Y así uno de los rostros más conocidos de esa primera televisión compaginaría durante la siguiente década la pequeña pantalla y la gran pantalla donde más de treinta títulos avalan esa trayectoria, incluso participa con un pequeño papel en La Violetera que protagoniza Sara Montiel bajo la dirección de Luis César Amadori.

Pero si hay un momento interestelar en Laura Valenzuela y en los españoles de variable edad, ese no es otro que lo acontecido la noche del 29 de marzo de 1969: el Teatro Real de Madrid era sede del único Festival de Eurovisión celebrado en España. La casa por la ventana que diría Juan José Rosón entonces director general de Radiotelevisión Española y luego ministro del Interior en la Transición. Laura fue la elegida para presentar el evento. Por dar un apunte, la presentadora del año anterior en Londres, Katie Boyle (italiana de nacimiento), está considerada como una de las personas más influyentes de la historia de la BBC; en España esto de considerar a alguien cuesta más que sacar un pueblo de un pantano.

Aquel certamen del cuádruple empate, del vestido de Pertegaz para Salomé, del cartel de Dalí, de la escultura de Amadeo Gabino y de la mano maestra de Algueró al frente de la orquesta, fue sin duda una mayoría de edad para la televisión en España -primer programa realizado en color-. Laura Valenzuela por cierto lucía un vestido de Carmen Mir, a la que yo admiro mucho, pero ese vestido debo decir no es lo mejor que le he visto crear a la catalana. Queridos eurofans del presente, antes del Benidor Fest hubo vida inteligente ¡Hay Youtube más allá de los influencers, aprovechar!