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Calaceite

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Javier Lizaga

Donoso, escritor chileno del boom latinoamericano,  convirtió en universal y eterno el invierno de 1971 de Calaceite. “Trepa la yedra la piedra que no la siente trepar”. Esos Poemas de un novelista son un extraño, su único libro de poesía. La casa de piedra se convierte en una especie de piel, de protección que los encierra con su calor frente al frío de fuera. Fuera el sol mata y el tiempo caduca. “La nube pasa, embala el paisaje en su cáscara de frío (…) por súbitos trapecios de sombra trasncurre gente encorvada y de prisa”. Por la puerta de esa casa paseé el sábado. La busqué, me encontró. De piedra, agarrada como una mala hierba entre dos calles, en pie, pero vacía, porque las casas casi siempre nos sobreviven. 

Todos hemos sido Donoso en el último año. Nuestra ventana ha sido la frontera. Fuera el precipicio. Desaprendimos, de hijos a padres, los abrazos de bienvenida. Lo cotidiano, comprar, fue extraño. La casa fue escuela, oficina y fiesta. Cuatro paredes y un mundo, fuera el frío. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Es una pregunta infinita, abrumadora. Cada uno tenemos nuestra historia. Los que vivimos el silencio, los que vivieron el encierro, nos encontramos en las preocupaciones y en los “quien iba a pensar que…” Hay tantas cosas desconocidas, que ya parecen familiares y rutinarias como la mascarilla. Las fiestas sin días, los días llenos de normas y, más reciente, el reducido mundo perimetral. 

En Calaceite, encierro para Donoso, me topé, casi por casualidad, con un atardecer en el que el sol se fundía con la gama de rosas, las flores blancas y el verde de los olivos. Un espectáculo en una comarca de realismo mágico. Me acordé de la anterior primavera que tomamos como una victoria, en nuestro nombre, de la naturaleza. La otra gran pregunta de este año es ¿Qué hemos aprendido? Un año después por la ventana asoma un mundo todavía incompleto, pero también más frágil e incierto. Aunque surge la duda de si no era así ya antes, no un año, sino antes. Tan sencillo como la certeza de que lo más importante de la vida son las personas. Las que caben en una casa, nuestra casa, con las pocas que hemos celebrado, y esas a las que echamos más en falta que al mundo de hace un año. Evidencias que nos asaltan, aun así por sorpresa, como una nueva primavera, una nueva victoria.