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Elena Gómez

Vaya semanita… quien más, quien menos, ha hecho ya su pequeño homenaje a nuestro Torico en este Diario. Y es que la ocasión no merece menos y yo no tengo cuerpo para hablar de otra cosa.

Todavía estoy en shock. Me cuesta entender a quienes, apenas pasadas unas horas del suceso ya emitían opiniones categóricas, como si todos hubiéramos adivinado que algo así podría ocurrir. Después han venido los posicionamientos, de un lado y de otro, sobre lo acontecido y lo que no debe volver a pasar. Todos tenemos derecho a la rabieta y a exigir responsabilidades, pero yo sigo enredada en mis emociones.

Aunque sea capaz de dilucidar los cómos y los porqués, incluso los cuándos, desde el domingo solo le doy vueltas al impacto sentimental que sufrimos los turolenses cuando vimos la columna por los suelos y a nuestro emblema destrozado. He oído voces diciendo que es algo material, que se puede arreglar, que no es para tanto el drama. Y sin embargo, muchos rompimos a llorar cuando supimos del suceso.

Como bien se ha dicho en algunos foros, el patrimonio inmaterial es tan importante como el otro. El Torico, en menos de un siglo, se ha convertido en algo más que un símbolo, en algo que es difícil de explicar con palabras. Es nuestro lugar de encuentro, nuestro referente, el tótem al que rendimos culto y ofrendas cuando tenemos algo que celebrar. Un monumento que siempre se había mantenido en pie, a pesar de los vaivenes de la historia y de la vida.

Y cuando parecía que ya no podíamos presenciar más cosas insólitas, se nos ha venido abajo por un capricho o una casualidad, de igual. El impacto en nuestras conciencias no ha sido solo por el hecho en sí, sino también por el momento. En los últimos dos años hemos visto de todo y ahora, en Teruel, esto.

Por eso, en mi pequeño homenaje al Torico, soy incapaz de dar una opinión contundente sobre el tema, o de buscar culpables para ensañarme contra ellos. Cuando mi estado emocional me lo permita, quizá lo haga. Mientras tanto, solo deseo ver el día en que la plaza recupere su "normalidad".

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