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Javier Lizaga

Oficialmente Jorcas tiene 34 vecinos. No está mal, en 1974 no tenían ni agua corriente. Ese año unos cuantos jóvenes, algunos universitarios en Valencia, contactaron con Jose Antonio Labordeta tras un concierto. Lo vieron allí en el Valencia Cinema, supongo que, como hacía, convirtiendo frases en verdades y hablando de la tierra, los ríos, de vidas en torno a la siega y la siembra, de quienes abandonan su casa con “4 granos de trigo” y de los ricos, a quienes siempre “les regalan cordericos”. Pensaron que tenía que ir a su pueblo, a Jorcas, para las fiestas. Dinero no tenían. Jose Antonio les invitó a un bocadillo y llamó a Lola, su representante, cuentan, para decirle que cancelara lo que tuviera para el 15 de agosto.

El primer escenario fue un remolque, como recordaba Elisa Alegre aquí en Diario de Teruel en su maravillosa hemeroteca. Forraron el remolque con una bandera de Aragón y un lema “esta tierra es Aragón”. Dicen las crónicas que había más Guardia Civil casi que vecinos, ya saben ustedes el buen gusto musical de la censura. Aquel año ganaron 60 mil pesetas y pusieron farolas en el pueblo. Labordeta dijo que quería volver para ver cuando tenían agua. Era 1975 y volvió cada agosto durante 20 años. Alguna de esas veces con quien escribe de testigo. Cuando murió, se van a cumplir 10 años, los vecinos colgaron sus canciones en los balcones. Quizá porque, como los sueños, se los lleva el viento, para mal y para bien, para que lleguen bien lejos.

Este verano tenemos otra guerra contra el pesimismo, el mismo que combatían aquellos jóvenes de Jorcas. Pienso en la tremenda generosidad de los pueblos, de sus vecinos que con sus miedos abren sus puertas y calles a aquellos que se dan cuenta este verano, más que nunca, que soportan sus inviernos de ciudad, gracias a sus veranos de pueblo. Los que se han ido y los que se quedaron se reencontraban en las canciones de Labordeta. Siempre he defendido que el futuro de los pueblos pasa por los hijos de los que se marcharon. Su historia, de amor y tristeza, como definía Labordeta la suya con Jorcas, es la del futuro de esos municipios. Pongan a Labordeta y me entenderán. En verano se sueña más. Pero hay que acordarse también de las montañas, como las pintaba Labordeta, cuando están nevadas.