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¡Maradoó! ¡Maradoó!

¡Maradoó!

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Javier Lizaga

De los sueños buenos, los de cuando tienes 9 años, elegiría ser Maradona. Ni dinero, ni éxito, ni poder, por estar en la Bombonera, la cancha de Boca, debut en el seleccionado, 1977. Querría también vivir antes, como él, en una casa con goteras, una habitación para 8 hermanos y un barrio de chabolas. Ver a mi padre dormirse cuando me acompañe a entrenar en el autobus. Y a los tres años, un día que te llame Menotti para debutar, que el estadio grite “Maradoó, Maradoó” y que te tiemblen las piernas y las manos. Enamorarse pero multiplicado por 85 mil. 

Maradona recuerda que no hay peor enemigo que quienes te adulan. Sorprende cuantos le odian todavía. No le perdonan quizás que le llamemos dios. Frente a los dioses de quienes prometen que el trabajo dignifica, protestantes, o el de los vaticanos que te hacen sentirte culpable para sacarte los cuartos. Un regate bastaba para desmontarlos y armar la teoría de que hasta los pobres pueden ser felices haciendo lo que uno quiere, como uno quiere. “El diego” será quizá el último que, con los años, sólo empeoró lo que hacía en el campo de tierra de su barrio. 

Nosotros preferimos creer en un tipo que rechazó un cheque en blanco que le puso en la mano Gaspart, por orgullo. Un jugador al que en Italia,recibían en los campos contrarios al grito de lavatevi (lavaos) en alusión a la pobreza de los napolitanos. Un tipo que se enfrentó a las barras bravas, a los dirigentes, a sus compañeros o a su entrenador. Querría pelearme con todos. Que Gatti dijera que soy un gordo y meterle 4 goles al día siguiente. Querría reírme de los ingleses en un mundial y levantar a un país humillado con los tanques. 

Maradona es el mito griego, el drama perfecto: pobreza, éxito y tragedia. Maradona que ha gambeteado hasta a la muerte. Es el gol a Grecia de un tipo de 34 años que lleva meses sin equipo, con el cuerpo destrozado y que expulsarán, mientras el resto aun esperamos que vuelva. Un tipo que apostó con Valdano que los periodistas no sabían de fútbol, la prueba es que no la devolvían con el pie. Como dice Calamaro “no me importa en que lío se meta Maradona, es mi amigo…”. Los ídolos la gente los tiene bien cerca en sus casas, escribió Maradona. Hablaba de su padre. Cúlpennos a nosotros, por querer ser cómo él.