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A falta de raza, voluntad: Sebastián Fernández rinde Teruel con la movilidad del mejor lote A falta de raza, voluntad: Sebastián Fernández rinde Teruel con la movilidad del mejor lote
Sebastián Fernández rinde tributo a Victor Barrio. Bykofoto/Antonio García

A falta de raza, voluntad: Sebastián Fernández rinde Teruel con la movilidad del mejor lote

Cartagena corta un trofeo en una tarde en la que faltó bravura a las reses de Campos Peña
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Rozaba la media entrada la plaza de toros de Teruel cuando, a las siete de la tarde, tres caballeros rejoneadores rompían el paseíllo. Andy Cartagena, Andrés Romero y Sebastián Fernández se disponían a lidiar un encierro de la ganadería sevillana de Campos Peña.

497 kilos de peso arrojó la báscula sobre el abre plaza, de nombre Amistoso. En suerte para el rejoneador benidormí Andy Cartagena. Salió el de Campos Peña muy frío al albero. Sin acometividad, rehuyendo la pelea y demostrando cierto punto de mansedumbre que no se solucionó con los rejones de castigo. A penas un par de arreones antes de coger Cartagena las banderillas. Se puso peligrosa la lidia, ya que el astado se aculó a tablas, defendiéndose con esas arrancadas que pegan los animales venidos abajo. Estuvo Cartagena dispuesto, y bullidor, metiéndose en los terrenos del animal para tratar de sacarlo de las tablas, en una pelea que resultaba complicadísima ante la falta de bravura de este primero de la tarde. Ante la falta de raza de su contrincante, optó por demostrar la gran doma de su cuadra de caballos.Cuatro garapullos largos y tres cortos, con poca emoción debido a la mansedumbre de su rival fueron la antesala de un rejonazo trasero pero certero que hizo doblar al astado en la puerta de los chiqueros. Ovacionó Teruel a Cartagena tras abroncar, en el arrastre, al primero de la tarde.

 

Sebastián Fernández poniendo banderillas cortas. Bykofoto/Antonio García


Con la marsellesa en la mano, a porta gayola, recibió Andrés Romero al segundo de la tarde,de nombre voltereta. Desparramó la vista ya de salida el de Campos Peña, que no se entregó en el recibimiento del rejoneador onubense, buscando excusas para no hacer hilo a los caballos de Romero. Pronto dejó clara su condición el animal, que tampoco reaccionó al castigo del caballista, recordando, en sus actos, las condiciones de su hermano de camada muerto instantes antes. Le arrancó unos quiebros con las banderillas, y remarco el verbo arrancar, pues todo corrió por parte de Romero. Los aviadores perecieron hacer su efecto, pero era un espejismo. Después de la segunda banderillas, el animal se aculó a tablas, esperando a un Romero que no se cansó de intentarlo, animando constantemente al tendido. Ya con el toro asentado completamente al piso, Romero dejó cuatro palos cortos de mérito que la gente, animosa, agradeció. Pinchó cuatro veces y cuando consiguió meter el rejón de castigo, hizo guardia por el costado derecho. Echó pie a tierra el de Huelva para descabellar, y comenzó la tragedia. Fueron incontables los descabellos, los primeros muy peligrosos ya que el toro hizo el hilo que no había hecho en la faena. Alguien, desde el callejón, quiso sujetar por el rabo al toro, llevándose una reprimenda por parte del púbico y del alguacil, Javier Esteban, que estuvo más que correcto en su función al pedir que cesase en su intento al improvisado ayudante. Finalmente, Romero recogió una ovación n la que se mezclaron algunos silbidos.
 

Un astado de Campos Peña embiste al caballo de Andy Cartagena. Sevi


Con la garrocha en mano, también a porta gayola, recibió al tercero de la tarde Sebastián Fernández. Brindó antes la muerte del toro, de nombre Nabuco, a los hermanos Civera, propietarios de la yeguada turolense del mismo nombre. Con otro aire saltó a la plaza Nabuco, que hizo hilo tras el rejoneador transmitiendo emoción al tendido. Se resintió y protestó el astado con el primer rejonazo de castigo, pero no perdió por ello la acometividad. Templó las embestidas con los galopes del caballo Fernández, que pegó un gran quiebro al poner la tercera banderillas. Dejó cuatro banderillas cortas con mucho sabor antes de meter un rejón algo caído, del que se echó el de Campos Peña. Una oreja fue el premio a una faena de disposición y temple.

Naranjito tenía por nombre el segundo del lote de Cartagena, y jugó a ser un espectador más desde el arranque de la faena. Aún así, el rejoneador alicantino hizo lo posible (y lo imposible) por meterle dos rejones de castigo. Ni para calentar al público sirvieron el par de arrancadas, totalmente de manso, que pegó el de Campos Peña. El veterano caballista buscó hacer que los tendidos entrasen en la faena, pero la materia prima lo ponía difícil. Y eso que utilizó uno de sus caballos estrella, Cartago, con sus crines eternas, pero no colaboró el toro, que apenas conoció un par de metros cuadrados del albero turolense. Todo el mérito fue de Andy Cartagena en el tercio de banderillas, y dejó un rejonazo de muerte enterrado al completo. Se llevó al esportón el de Benidorm el segundo trofeo de la tarde.

Parecía ser pero tampoco fue el quinto de la tarde. Salió con un aire enrazado pero buscó excusas para irse en el primer encuentro con el caballo. Y ni tan siquiera había recibido castigo alguno. Enhebró el primer rejón de castigo Romero, que anduvo voluntarioso con el animal, no el menos manso de la tarde, para poner banderillas. Quebró ante un contrincante que, emplazado, no puso nada de su parte, y consiguió reencontrar las sensaciones con el tendido turolense. Las banderillas cortas alentaron al público antes de la suerte suprema. Volvió a marrar dos veces con los aceros Romero ante un animal que, por momentos, se ponía más complicado, antes de dejar un pinchazo hondo del que se echó. Se levantó el de Campos Peña y descabelló el onubense de un certero golpe. Pitada al de Campos Peña en el arrastre y ovación a Andrés Romero de un público que entendió que el espectáculo necesita materia prima además de intención.

Arreó el cierraplaza, de nombre Mahometano, en la salida, y lo templó Sebastián Fernández con el caballo. Dejó el de Atarfe un buen tercio de banderillas, en los que la movilidad del toro permitió, por fin, algo más de emoción y transmisión. Las cabriolas en la cara del astado encendieron a un público que, ya de por sí, estaba de parte de los lidiadores. De mucho mérito fue un violín que dejó metiéndose por los adentros a un animal que marcaba una clara tendencia hacia tablas. Muy en corto puso los cuatro garapullos cortos antes de hacer el caballo una reverencia en la cara del toro. Todo estaba de cara para el granadino antes de dejar un metisaca y un rejonazo, trasero y contrario, que resultó efectivo. Oreja para Fernández que abrió la puerta grande en una tarde que demuestra que, sin materia prima, no hay opciones de triunfo pero que, con hambre y un poco de movilidad de los astados (que no bravura, de la que anduvimos huérfanos toda la tarde), hay posibilidad de triunfo y entretenimiento.

Andrés Romero, a portagayola con una marsellesa. Sevi

Desde el tendido, por Fabre Lafuente

El caballo y el toro, binomio heterogéneo difícilmente indisoluble y reemplazable, ligado a la historia de la tauromaquia desde prácticamente los inicios de su creación. Conexión entre dos seres del mundo animal tan distintos y tan místicos, tan enigmáticos, reflejo de la grandeza de la naturaleza, que alcanza su cenit en el rejoneo. Expresión artística capaz de someter y dominar a la bestia desde la equitación. Ambos que, desde su nacimiento, han convivido en el campo bravo, se tornan en competición y antagonismo. La mirada de uno frente al otro… la reciprocidad; la expresión del equino, capaz de atraer, cual polo magnético, la embestida de un animal salvaje, el bóvido. Cada movimiento arbitra una nueva conversación, un nuevo diálogo conmovedor, sin más lenguaje que la mirada. Uno frente al otro… Su movimiento articula una creación inédita. La palabra se torna visual, la comunicación se vuelve inexplicable, recóndita, impenetrable, tal vez. Sinónimo de misterio.

El caballo es capaz de dominar la embestida del toro. Cartago frente a Naranjito, el primero meció la suavidad del embate; el galope se tornó en pasión, aquella que conmovió al aficionado; uno sucumbió al otro sin más rivalidad y argumentación que la fiereza y el instinto de cada uno de ellos. Y como en los cánones del toreo, paró, templó y mandó, sometiendo la condición acompasada del burel murubeño. Torear a caballo… El toro se vino de lejos y quebró la acometida, en un momento conmovedor… un cruce de caminos… una comunicación ínfima en el tiempo, implícita acaso, en segundos, sin palabras. La atracción resulta singular, como excepcional es el diálogo entre el jinete y el caballo. Otro diálogo… otra conversación sin voz, pero con emoción, con espíritu, con dulzura. En ello erige un trinomio capaz de seducir en lo más recóndito de las emociones. Los caballos toreros dicen, los caballos de la emoción, de la racionalidad, del lenguaje, de la expresión, del valor…, los que embaucan a quien durante cuatro años ha sido el guardián en la dehesa, en una palabra mística, sin letras, pero de perenne contenido, que tan solo ellos conocen. Diálogos…

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