

Esta semana he viajado a Madrid a ver la exposición de mi buen amigo Sevi que, por cierto, ha resultado un éxito. Y visité el Museo Taurino de la Plaza de Las Ventas junto a otro buen amigo, Iván Fabre.
Con él, precisamente, comentaba esta idea que hoy les traslado en este folio en blanco. La desarrollaba yo tras ver las tijeras con las que el médico cortó, en Talavera, hace ciento cinco años, el añadido a José Ortega, Gallito, cuando yacía muerto a manos de Bailaor el mismo día que "se acabaron los toros". Y, como les digo, reflexionaba sobre si hay algo más parecido a la religión que la tauromaquia, viendo esa especie de reliquias de los toreros, capotes de paseo, estoques, o la camisa, aún sucia de sangre, que vistió el Yiyo la tarde que un toro lo partió por la mitad. Y no puedo dejar de acordarme, entonces, de los clavos de cristo, los Lignum Crucis, las sangres milagrosas o los miembros incorruptos. ¿O, acaso, el cuadro de Pedro Romero pintado por Goya, por poner un ejemplo, no refleja la misma idea que el Cristo en la Cruz del mismo autor? Dónde la luz cae en el protagonista, resaltando su hálito santo en un caso, casi tanto en el otro, sobre un fondo negro, que no deja de ser la oscuridad del mundo fuera de cualquiera de las dos religiones. Dos estampitas a las que cada cual se encomienda en los momentos de pasión o fe. Decía Sánchez Dragó algo parecido a que la tauromaquia era un combate entre la luz y la oscuridad. Que el toro sale del chiquero, de la noche, y se encuentra con la luz, el día. Y en medio, quién más ilumina: una especie de semi dios, bruñido el oro, reflejando la luz astral como si de un Sol Invictus se tratara. Y la corrida no deja de ser una liturgia. La Santa Trinidad, que diría nuestro querido Francisco Belmonte, en los tres tercios, en la terna. Todo establecido, todo ordenado frente al caos, a la naturaleza caótica y cruel. "La sangre derramada por vosotros", que puede ser la del toro, pero también la del torero. La Pasión, como la de Cristo, en cada tarde sobre la arena. Preguntaba mi hijo, tres años la criatura, si podíamos pisar el ruedo venteño. "Si cada plaza es una iglesia, esto es el Vaticano. Tierra Santa". Se que aún no lo entenderá, pero, sin embargo, pareció saber que estaba en algún lugar que trascendía lo mundano. Un templo. El templo de esa religión popular, con millones de feligreses, que es la tauromaquia.