Síguenos
La Historia (XXIV) La Historia (XXIV)

La Historia (XXIV)

La vida de Luis Mazzantini es una de esas que pueden llenar páginas de libros. Nacido en Elgóibar, Guipúzcoa, de padre italiano y madre vasca, pasó su infancia en Italia, regresando a España como secretario en el cortejo de Amadeo de Saboya. Aficionado al bel canto, bachiller en artes, se le atribuye una frase: “en este país de los prosaicos garbanzos no se puede ser más que dos cosas: o tenor del Teatro Real o matador de toros”. Quizá siguiendo su propio dictado, Mazzantini eligió por vestir el traje de luces después de intentar dedicarse al teatro y la ópera. Don Luis, como lo llamaban en el mundo taurino dada su cualidad de bachiller, era más un estoqueador y un lidiador. Más un matador que un torero. El joven de buena familia (así lo anunció un empresario de Madrid) arrancó su carrera toreando un becerro en los Campos Elíseos de Madrid en 1879, en favor de los afectados por unas inundaciones en Alicante, Murcia y almería. En mayo de 1884 confirmó la alternativa en Madrid, a manos de Lagartijo. Compartió una época de la tauromaquia con el primer califa del toreo, también con Frascuelo pero, sobre todo, con Guerrita, segundo califa, y quien mandaba de manera rotunda en los ruedos. De una tarde con Rafael Guerra nació el sorteo: En San Sebastian, cerca de Elgóibar, se iban a dar cita los partidarios de Mazzantini. Por aquel entonces, los ganaderos escogían el orden de salida de los toros, y siempre echaban en primer y cuarto lugar los de mayor tamaño. Don Luis ordenó a su representante que, para tratar de competir con Guerrita, se sorteasen los toros. Como en aquella plaza el hispano-italiano tenía peso, se sortearon los toros por primera vez, a lo que el Califa contestó con un gallardo “pa que querrá ese tío mamarracho los toros bravos, si después no sabe qué hacer con ellos”.

En 1905, el vasco estaba en plena temporada de despedida. Toreaba cuatro corridas en Guatemala mientras su mujer permanecía en México. Esta enfermó y murió en el país azteca, y Luis Mazzantini prometió, ante el cadáver de la mujer, que no volvería a torear nunca más. Así fue la triste despedida de Don Luis tras estoquear más de tres mil toros. Después fue concejal en Madrid, teniente de alcalde o gobernador civil en Guadalajara y Ávila. Así fue la extraña carrera de un torero que igualó la suerte de los diestros.