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Una fosa común por dignificar  en Monreal del Campo Una fosa común por dignificar  en Monreal del Campo
Familiares asistentes al acto

Una fosa común por dignificar en Monreal del Campo

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Serafín Aldecoa

Esta entrega de hoy es la continuación del excelente reportaje que el periodista Javier Millán publicó el domingo pasado en Diario de Teruel en torno a la dignificación de una fosa común en el cementerio de Monreal del Campo. También hemos incluido una parte de nuestro manifiesto que leímos públicamente en dicho lugar. En la fosa se encuentran los restos de12 víctimas de la represión franquista que fueron fusilados el 12 de septiembre de 1936.

En el año 2004, la Dirección General del Patrimonio Cultural del Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón puso en marcha el programa Amarga Memoria y entre las iniciativas (publicaciones,  jornadas, digitalización…) que proponía era la realización de un mapa de fosas comunes en Aragón en las que permanecían bajo tierra –todavía- cientos de aragoneses, la mayoría víctimas de la Guerra Civil y de la represión franquista.

En varias campañas se localizaron 1.026 fosas, una cantidad realmente elevada,  que se situaron en un mapa de la región aragonesa realizado por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Aragón que supuso un ingente trabajo de localización, visita y estudio de los enterramientos.

Asimismo, en la medida de lo posible, se documentaron las circunstancias históricas y las víctimas vinculadas con cada una de ellas, mediante información oral, publicaciones, etc. De todas ellas, unas cuantas fosas se encontraron en la Comarca del Jiloca en localidades como Villafranca del Campo, Villarquemado, Caminreal…

En el caso de Monreal del Campo, la localización de la fosa común estaba clara ya que el escritor/poeta Lucas A. Yuste había descrito en un libro biográfico dónde y cómo había sido el fusilamiento de su padre y los otros 11vecinos pues lo había contemplado escondido entre matojos desde una distancia de varias decenas de metros.

Los cadáveres de los fusilados fueron dejados en el exterior del cementerio, sepultados en una zanja junto a las tapias pero en 1943, en un pleno del Ayuntamiento, se acordó que los restos se enterrasen en el interior del cementerio. Y así se hizo, se abrió una nueva zanja y se sepultaron allí los restos de los 12. Al parecer, el único signo identificativo de la nueva fosa fue una cruz pintada en la pared. Nada de nombres, ni de fotografías de las víctimas.

Placa colocada en el cementerio

Pues bien, la dignificación de la fosa común era cuestión de dignidad, de humanidad porque los vecinos de la fosa de Monreal del Campo no eran delincuentes, ni tampoco terroristas, ni ladrones, sino personas de familias humildes y sencillas, algunas numerosas, gentes del campo la mayoría, jornaleros que vivían de la escasa tierra que poseían pero, sobre todo, eran personas nobles, íntegras, que vendían la fuerza de su trabajo a cambio de un mísero jornal, que no salario, que no les llegaba para llevar una vida digna pasando hambre en ciertos momentos. Su único capital era el esfuerzo y el trabajo de sus brazos, como el de la mayoría de los jornaleros e ínfimos propietarios que figuraban en los censos electorales.

Para ellos, para los fusilados, fue una gran tragedia porque perdieron lo más importante que poseen las personas: la vida. Pero la maldita tragedia no se quedó ahí, sino que se hizo extensiva a las personas que se quedaron en vida, a las que les rodeaban como sus familiares que quedaron huérfanas y huérfanos y que arrastraron su orfandad a lo largo de su vida, con lo que ello significa, lo digo por experiencia. Este hecho cruel marcó y condicionó la vida posterior de mujeres, padres, hijos e hijas que aparecían ante la sociedad como los apestados, los hijos de los fusilados, de los rojos.

Pese a la reticencia o rechazo sorprendentes de ciertas organizaciones derechistas, es evidente que una democracia como la española, pasado ya el año 2020, no puede tener  campos, cunetas, cementerios… con miles de españoles sin identificar, abandonados, con restos humanos que llevaban alrededor de 70 años bajo tierra sin ninguna consideración. Es cuestión de localizar dónde se encuentran esos lugares donde están los restos, desenterrarlos, identificarlos mediante el análisis del ADN u otros procedimientos y que sus descendientes, cada vez menos, decidan darles una digna sepultura.

En el caso de Monreal del Campo, las familias decidieron que los 12 vecinos siguieran en la fosa común juntos, tal como estaban, sin aplicarles la prueba de ADN pero colocando una placa conmemorativa junto al nombre y la edad de cada uno de los vecinos. Todo ello realizado por la asociación memorialista Pozos de Caudé (Paco Sánchez) y Miguel Ángel Latorre que dedicó todo un enorme esfuerzo en contactar, acordar, pactar… con los familiares de los fusilados, la mayoría de ellos residentes fuera de Teruel.

Tal como está el panorama político, quizás cancelen la ley de Memoria Democrática, pero no nuestro derecho a conocer y restituir la dignidad de las víctimas del franquismo que —como las del nazismo en Alemania o las del fascismo en Italia— fueron precursoras en España de la lucha por la dignidad humana, por las libertades y por la democracia.

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