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Irene Granja, la guía más veterana de las sedes de Territorio Dinópolis: de no saber nada de dinosaurios a hacerse un particular ‘máster’  en estos gigantes Irene Granja, la guía más veterana de las sedes de Territorio Dinópolis: de no saber nada de dinosaurios a hacerse un particular ‘máster’  en estos gigantes
Irene la semana pasada en la sede de Peñarroya, donde trabaja desde su inauguración

Irene Granja, la guía más veterana de las sedes de Territorio Dinópolis: de no saber nada de dinosaurios a hacerse un particular ‘máster’ en estos gigantes

El parque paleontológico de Teruel cumple 20 años
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Territorio Dinópolis es un proyecto diferente porque no se centra exclusivamente en la sede central de Teruel capital, sino que tiene repartidas por toda la provincia siete centros satélites en aquellos lugares emblemáticos de la paleontología turolense en donde se han producido hallazgos relevantes. Las primeras subsedes que abrieron sus puertas lo hicieron en 2003, dos años después de la inauguración del parque, y la primera en hacerlo fue la de Inhóspitak en Peñarroya de Tastavins al haberse encontrado allí los fósiles de Tastavinsaurus sanzi, un gigantesco dinosaurio de cuello y cola largos. La responsable de esta sede, Irene Granja Cuartielles, es la más veterana de todas las guías de las subsedes y al recordar cómo entró en este proyecto de desarrollo turístico reconoce que no tenía ni idea de los dinosaurios, pero que después se hizo un particular ‘máster’ en estos gigantes a base de ver documentales y leer libros que fue sacando de la biblioteca, más allá de la formación que le dio Dinópolis.

Irene Granja es uno de los rostros de cara al público que tiene Dinópolis. La conversación se hace por teléfono, pero incluso a través de la línea telefónica se adivina la sonrisa permanente de esta mujer que es una de las muchas trabajadoras del conjunto paleontológico encargada de hacer pasar un rato agradable a los turistas y enseñarles además cómo era la vida en el Mesozoico, la era de los dinosaurios.

Es de Valderrobres, pero su marido es de Peñarroya, donde vive desde que se casaron. Jamás imaginó que acabaría conviviendo, aparte de con su familia, con un gigante que impresiona en la sede de Inhóspitak por la posición en que está reconstruido el esqueleto: erguido haciendo trípode con las dos patas traseras y la cola, y con el cuello todo estirado como si estuviese comiendo hojas de la copa de un árbol. Parte del esqueleto se encontró en Peñarroya a finales del siglo pasado y fue excavado por el Grupo Aragosaurus de la Universidad de Zaragoza. Los fósiles originales se exponen en una vitrina y al lado puede verse la reconstrucción del esqueleto en una nave inmensa debido a la altura que tenía el animal.

Recuerda Irene que cuando estaban construyendo la sede de Inhóspitak todos se preguntaban en el pueblo qué iban a montar dentro, hasta que un día vio al pasar que en su interior estaban montando un esqueleto gigante. Tampoco imaginó entonces que acabaría trabajando allí hasta que poco antes de la apertura lanzaron un bando municipal para que la gente interesada en trabajar allí llevara su currículum al Ayuntamiento. Ella en ese momento no estaba empleada en nada y lo echó, al igual que otros 26 vecinos, en su mayoría mujeres.

Irene Granja en el arenero durante una actividad didáctica con niños en el año 2009

“Nadie sabía qué es lo que ofrecían, pero en los corrillos la gente comentaba que si se podía trabajar media jornada se podía combinar muy bien”, recuerda ahora. Entonces tenía 38 años y sí contaba con la experiencia de haber trabajado con su hermana en Valderrobres de esteticista. Esa experiencia de cara al público cree que fue determinante para que la eligieran a ella. “Si no te gusta hablar con la gente lo tienes claro en esto, porque hay gente muy seca y les tienes que arrancar una sonrisa o motivar para que se pongan en situación y puedan disfrutar de la visita”, explica.

La volvieron a llamar y pensó que era otra prueba de selección hasta que le preguntaron por la talla de pantalón que usaba y se dio cuenta de que la habían seleccionado. Era 2003, entró como guía y desde entonces no ha dejado de trabajar allí, algo que ni pensó entonces, mientras que ahora, a sus 57 años, se pregunta a veces si tendrá “paciencia” dentro de unos años para seguir atendiendo a la gente y haciendo que disfruten durante su visita. Cuenta que le gusta su trabajo, aunque en la sociedad hay todo tipo de personas, pero hace la siguiente reflexión, que tras la pandemia nota a la gente “más nerviosa, más irritable”.

Incorporarse como guía fue un reto. Entiende que en Dinópolis buscaban gente que viviese en los pueblos para llevar las sedes por el arraigo que eso supone, sobre todo para la población femenina. Y en el caso de Irene se demostró que desconocer el mundo de los dinosaurios, como era su caso, no era óbice para poder hacer ese trabajo ya que primero la formaron en Dinópolis y después completó ella sus conocimientos por su interés.

“Entonces solo me preguntaron si sabía hacer funcionar un ordenador y si tenía nociones básicas de informática, y el resto fue todo aprenderlo”, cuenta. Le entregaron la documentación, se la estudió y pasó a convertirse en la primera guía de Territorio Dinópolis en las subsedes. El problema, cuenta, es que “toda la información que nos dieron era sobre Tastavinsaurus, pero claro el primer día un niño preguntó qué carnívoros podían vivir en esa época”. Y ahí la pillaron, reconoce.

Fue entonces cuando empezó a estudiar más y muestra su agradecimiento al paleontólogo de la Fundación Dinópolis Rafael Royo Torres, “porque cada vez que le mandabas un correo para preguntarle algo te contestaba enseguida para solucionar las dudas”. A eso se sumaron los documentales de Caminando entre dinosaurios de la BBC, y los ratos en que no había visitantes, “aprovechábamos para leer todos los libros de dinosaurios que había en la biblioteca de Peñarroya”.

Con su compañera de trabajo Ana en 2004 en la sede de Inhóspitaak

De Dinópolis les dieron también el libro Caminando entre dinosaurios y la Enciclopedia Larousse de los dinosaurios. “Vamos, que hicimos un máster en dinosaurios -cuenta sonriente-, de manera que a estas alturas todavía nos podrán pillar en alguna cosa porque cada día se producen nuevos hallazgos, pero yo procuro estar al día en la información que va saliendo porque hay gente que está muy puesta y a mí me gusta contarles lo novedoso”.

Lo explica con ilusión, emocionada y contenta de su trabajo a pesar de haber pasado ya 18 años desde que entró en Dinópolis, que define como una “gran familia” y se refiere a su jefe, Pablo Martínez, encargado de las subsedes de Territorio Dinópolis, como “el mejor jefe que jamás hubiéramos podido soñar porque es cercano en todo, y si tienes un problema se lo cuentas”. Además, incide en que es la sede más lejana de Territorio Dinópolis, ya que están a 190 kilómetros, y eso no ha impedido que cada vez que necesitan algo hayan estado atendidos desde el primer momento.

“Pablo siempre te aconseja, te tranquiliza y siempre tiene una palabra amable y está de buen talante, y eso se agradece mucho”, explica Irene, que asegura que cuando tiene que hablar con otros responsables de la sede central pasa lo mismo. “Hace unos años se hizo una excursión de todos los trabajadores de Dinópolis para recorrer las subsedes y fletaron un autobús, bajaron a vernos y luego comimos juntos, fue un encuentro familiar”, afirma.

De igual forma ella ha acudido muchas veces a la sede central para aprender y formarse, porque asegura que le “gusta hablar con propiedad” cuando hace las explicaciones al público. Además, comenta que le fascina conocer cómo era el mundo y la vida antes de que aparecieran los humanos, “eso me intriga y me apasiona más que otra cosa, es un mundo que cuanto te metes dentro te engancha”.

Inhóspitak es la puerta de entrada a Territorio Dinópolis tanto para Cataluña como para Castellón. Hay también quienes hacen toda la ruta y para quienes lo visitan al margen del resto de sedes, Irene comenta que “les despierta el gusanillo porque es como un aperitivo y tú les explicas que luego la sede central ya es mucho más grande, pero lo que encuentran aquí y en las subsedes es un trato personalizado”.

Tiene multitud de anécdotas y recuerda cómo antes de la pandemia la gente se iba tan contenta que “te daba la mano para agradecerte la visita, y los niños hasta te besaban porque se iban contentísimos de que les hubieses ayudado a entender las cosas”.

Irene en 2009 junto a la réplica de un pequeño dinosaurio en la zona de juegos de Inhóspitak

Las muestras de agradecimiento en todo este tiempo se han sucedido, algunas muy emotivas, como cuando una vez acudió una coral de Barcelona a actuar en el Castillo de Valderrobres y después acudieron a ver la sede de Inhóspitak en Peñarroya. “Les había explicado el recorrido y al salir a la zona exterior con juegos, me hicieron ponerme sola delante del dinosaurio y me dedicaron una canción, y mis compañeras desde dentro de la sala aplaudieron al ver que me estaban cantando a mí”, rememora.

Los recursos turísticos de la provincia y de la Comarca del Matarraña donde está Inhóspitak han crecido en estas dos décadas, pero entonces la sede de Dinópolis fue un revulsivo. “Ahora se han comercializado muchas cosas en el Matarraña, como el Parrizal, pero hace 18 años todo el mundo nombraba Inhóspitak; fue un referente”, y desde entonces cuenta cómo se ha ido desarrollando el sector turístico. “A raíz de que abriese fue un punto de partida y aquí se han hecho casas de turismo rural y la gente que viene también se queda a comer, y eso se nota, o que compran productos como jamones o quesos, y todo ese repercute positivamente”, afirma.

El hecho de que unos restos paleontológicos hallados en el pueblo se hayan quedado allí también es algo muy valorado por los vecinos, cuenta Irene, que en lo personal asegura que trabajar para Dinópolis en la sede Inhóspitak “ha supuesto mucho para mí, porque en un pueblo pequeño no hay trabajo para mujeres en negocios así”, aunque sí en las granjas.

Ella además, sin conocer el sector cuando entró, se ha formado como técnico de Información turística en los cursos del Inaem. Sacaron el curso en Alcañiz y ella se desplazó durante cinco meses por las mañanas todos los días de la semana para conseguir el título aprovechando los meses en que están cerradas las subsedes al público.

“Me apetecía”, cuenta, y reconoce que hoy día, casi dos décadas después de haber emprendido esta aventura al lado de lo que es Territorio Dinópolis, conserva la misma ilusión de entonces. “Es que me gusta, y cuando la gente te dice que lo haces muy bien pues te sientes bien y te das cuenta de que te gusta tu trabajo”, comenta, para empezar a relatar seguidamente anécdotas de todo tipo, desde los famosos que han visitado la sede hasta el cariño expresado por muchos visitantes anónimos. Recuerda el caso de un matrimonio mayor que se fue encantado y pasado el tiempo envió una carta al Ayuntamiento dirigida a ella, con las fotos que le habían hecho durante su visita y un agradecimiento por lo bien que se lo habían pasado. Y es que en esa gran familia que es Territorio Dinópolis los visitantes también forman parte de ella.

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