Síguenos
Hijos de nuestro tiempo Hijos de nuestro tiempo

Hijos de nuestro tiempo

Nacho Escuín

Observo perplejo cómo se bombardean de un lugar a otro, aunque en realidad contemplo cómo lo hacen unos y otros, provocación mediante y venganza añadida, y miro cómo se matan aquí y allá desde la comodidad de mi sofá a miles de kilómetros de distancia. Decía Guy Debord en su estupendo La sociedad del espectáculo que “cuanto más se contempla, menos se ve”. Y eso es lo que me pasa. De Ucrania y Rusia a Israel y Palestina, y en tantos otros lugares que no conocemos. Me siento afortunado y muy lejos de todo eso, pero en realidad no estamos tan alejados de lo que está sucediendo en otras partes del mundo pues este siempre está en mayor o menor medida en el nuestro.

Borges señalaba –y si lo dice él parece tener más valor, como se reía entre dientes al decirlo Charly García en varios de sus conciertos- que siempre ha habido “tiempos tenebrosos” y probablemente los hay más desde que el siglo XX vino a visitarnos y el XXI heredó todo los malo –como el poeta asturiano David González escribió en uno de sus poemas: “de mi padre aprendí / todo lo malo”-. Tenemos esa vocación para aprehender aquello que debiéramos demoler y olvidar, extirparlo de una sociedad demasiado hostil, con demasiada violencia diaria –de alta y baja intensidad-.

El creador es siempre hijo de su tiempo y por eso y por otras razones, como la urgencia de erradicar lo antes posible esos conflictos, traigo a colación en este espacio estas reflexiones. La cultura y todas sus expresiones son siempre permeables a lo que sucede a su alrededor y por lo tanto, y por lo que conlleva como acto comunicativo, son siempre ideológicas y políticas. Callarse es quizá el más drástico de estos gestos y querer no tomar partido una falacia que embosca un comportamiento cobarde y despreocupado ante un mundo que compra billetes cada día para su desintegración.

Por suerte contamos con espacios desde los que poder hablar y participar en el debate y este, acaso, es el mayor argumento en defensa de nuestra libertad y democracia. Hablo de la libertad y de su verdadero significado, el de poder hablar en igualdad de condiciones sea cual sea nuestra condición, lengua o el lugar en el que habitamos –no la posibilidad de estar en una terraza en una pandemia, o vaciarla de significado para convertirla en un objeto arrojadizo-. La libertad es poder elegir qué libro quiero leer de todos los que componen nuestra biblioteca universal y poder hacerlo sin censura, sin obstáculos que impidan su lectura. La libertad es poder decir desde estas páginas que debemos manifestarnos sin cortapisas cómo y cuándo queramos. La libertad es poder salir a la calle a sabiendas de que no va a sucedernos nada y volveremos a casa tal y como nos hemos marchado.

Pienso también en el lugar donde vivimos, ese que hemos elegido por voluntad propia en la mayor parte de los casos –nos hemos ganado ese derecho como sociedad-. Pienso en nuestra provincia y las oportunidades que esta nos ofrece y pienso en los discursos que se escriben desde lugares que no se parecen nada al nuestro y opinan sobre nuestra idiosincrasia. Pienso en que ya que tenemos la libertad de poder decir en libertad no deberíamos dejar pasar la oportunidad de hacerlo nosotros mismos y de contar al mundo entero que aquí vivimos en un oasis de libertad, en una provincia llena de espacios y tesoros culturales y patrimonial en absoluta armonía. Pienso en nuestras gentes, en los que han hecho tanto por nosotros y han conseguido que estemos, sin duda, en nuestro mejor momento. Pienso también en que a ellos les debemos seguir luchando y abriendo caminos para que los que lleguen tras nosotros se encuentren este oasis repleto de oportunidades.

Ese es el mensaje que hoy quería lanzar. Esa es la vida que vivimos aquí y que tan estupenda es.

El redactor recomienda