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Miguel Rivera

Tom Brady, el mejor jugador de fútbol americano de la historia (greatest of all time, GOAT por las siglas en inglés, Cabra en su traducción literal al castellano) y uno de los deportistas más ganadores de siempre, puso fin a su carrera de forma definitiva la semana pasada a los 45 años. De forma definitiva porque el año pasado se retractó tres semanas después de anunciar su retirada, así que pongan este artículo entre paréntesis hasta dentro de unos días, por favor.

De Brady hay quien dice que no ha sido técnica o estéticamente el mejor. Puede ser, no lo discuto. Sin embargo, tenía algo que, para mí, lo convertía indiscutiblemente en el mejor, una cualidad difícilmente entrenable y que muy pocos tienen: su instinto ganador, su capacidad para detectar las debilidades del rival y atacarlas como un tiburón que huele la sangre.

Y una vez mordía a su presa, ya no la soltaba. Por eso es, sin duda, uno de los mejores deportistas de la historia, capaz de ganar 7 anillos de campeón, más que ningún otro jugador y más que ninguna franquicia. Piensen en la dimensión de este dato: ningún equipo ha ganado tantos anillos como Brady.

Curiosamente no fue una de sus victorias, sino una de sus derrotas, la que me aficionó a este deporte y me acercó a seguir al GOAT. New England Patriots (ningún título hasta la llegada de Brady y tres ya por este momento que les cuento) llegaba a la SuperBowl XLII en febrero de 2008 tras una temporada perfecta: ni una sola derrota en temporada regular ni, por supuesto, en playoff (18-0 de registro).

Me junté a ver el partido con un buen amigo, fanático de la NFL y, por aquello de presenciar algo histórico, decidí animar a los Patriots, que perdieron ante los New York Giants tras un partido de infarto.

Como ya relaté más arriba, Brady ha destacado durante toda su carrera por su mentalidad ganadora, algo que le ha permitido ostentar prácticamente todos los récords posibles en la NFL.

Derrota del 2008

Así, después de aquella derrota en 2008 fue capaz de volver a llevar a sus equipos a la SuperBowl seis veces más, de ganar cuatro, de protagonizar la mayor remontada de la historia (se fueron al descanso perdiendo 3-28 para terminar ganando 34-28), etc.

La otra cosa que diferenció a Brady de todos los demás es que entendió a la perfección que, para ganar y convertirse en el mejor de la historia en un deporte tan colectivo, no podía hacerlo solo y necesitaba estar bien rodeado.

Existe una mentalidad bastante extendida en el deporte en general, y en el norteamericano en particular, de que el mejor jugador debe tener el mejor contrato, algo que con las normas de límite salarial suele implicar que no siempre está bien rodeado (si se le da mucho dinero a un jugador, lógicamente queda menos para los demás, lo que suele repercutir en la calidad del equipo).

Sin embargo, Brady siempre tuvo grandes equipos, puesto que, aunque obviamente tuvo muy buenos contratos, no le cegó la avaricia, algo que le permitió tener grandes jugadores a su alrededor y fue capaz de guiarlos a la victoria.

Quizá eso le ha ayudado a convertirse en el mejor de la historia y, una vez retirado, firmar un contrato como comentarista con la televisión por la que va a ganar durante diez años más dinero que en veintidós como jugador profesional. Cuestión de prioridades.

Con la retirada de Brady se va cerrando una generación de deportistas que han marcado a una generación. La nostalgia de saber que Brady, Federer, Serena Williams, Phelps o Usain Bolt no volverán, y que estamos viviendo los últimos coletazos de otras leyendas como Nadal, Woods, Chris Froome, Ronaldo o Messi, solamente puede mitigarse aprendiendo las lecciones que nos han enseñado y disfrutando nuevamente de las páginas de historia que escribieron con letras de oro todos estos iconos. Gracias, GOAT, gracias, Cabra.