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¡Cuánto te he echado de menos! ¡Cuánto te he echado de menos!

¡Cuánto te he echado de menos!

Miguel Rivera

Son las 4.00 de la mañana. Estoy sentado en el plato de la ducha, en un hotel de una ciudad austríaca cuyo nombre no sé pronunciar, y que, seguramente, olvidaré en un par de semanas. El agua cae muy caliente y se desliza por mi espalda. En apenas treinta minutos estaremos subidos a un autobús, de camino al aeropuerto para volver a casa, pero eso ahora no me importa en absoluto.

Me encuentro agotado, siempre me pasa. Durante los tres intensísimos días de competición, con otros tantos partidos, la adrenalina me mantiene alerta, haciendo que el cansancio y la falta de sueño no se noten en el cuerpo. Pero, pocos minutos después de terminar, siempre sufro un tremendo bajón. Supongo que es lo normal, y me gusta revivir esta sensación.

Durante el rato que estoy bajo el agua disfruto del dulce sabor de la victoria y el deber cumplido: nos hemos clasificado para el Campeonato de Europa sub-22, que se disputará en los Países Bajos el año que viene. Pero, además, pienso en el proceso que nos ha traído hasta aquí. Han sido tres semanas, con siete partidos, entre amistosos y oficiales, muchos entrenamientos, reuniones técnicas preparando los encuentros, reuniones con los jugadores, etc.

Si, definitivamente, creo que el sentimiento que gana esta vez es el de alegría por volver a sentirme entrenador. Por haber vuelto a ponerme las zapatillas, casi un año después, a preparar y dirigir entrenamientos, a formar parte de un grupo y guiarlo hacia un objetivo común.

En esta ocasión, además, lo hemos conseguido, algo que no siempre pasa. En el deporte de alto nivel, la victoria y la derrota están separadas por una finísima línea, pequeños detalles que pueden caer de un lado o del otro, y que determinan el resultado de la competición. De hecho, en el primer partido de este torneo, contra la selección de Serbia, tras casi dos horas y media de choque, nos quedamos a un solo punto de la victoria: tuvimos una pelota para ganar el partido, pero no lo conseguimos y los serbios estuvieron más acertados en esos momentos finales: victoria para ellos.

Aun así, el equipo supo reponerse, sacar su mentalidad ganadora y su actitud más positiva, y lograr dos victorias en los días sucesivos, ante Eslovaquia y Austria, para lograr el primer puesto del grupo y, con él, el billete al Europeo. Por eso, porque muchas veces ganar o perder va en pequeños detalles, que incluso, pueden no depender de uno mismo, valorar el trabajo de un equipo únicamente por los resultados es un grave error.

Giannis Antetokoumpo, MVP de la NBA, lo resumió a la perfección este año cuando, tras caer eliminado con su equipo en los playoff, fue preguntado por un periodista sobre si consideraba esa eliminación como un fracaso: “no, definitivamente, no. Es imposible ganar siempre, así es el deporte: Michael Jordan jugó 15 temporadas en la NBA y ganó 6 anillos. ¿Fracasó en los otros 9? Seguramente formaron parte del proceso para llegar a ganarlos”.

Creo que esa es una de las dos partes que más me gusta de ser entrenador: ver y poder influir en el proceso. Vivir cómo un equipo crece y evoluciona, cómo los jugadores se van transformando, muy lentamente, y sentir que podemos ayudarles en ese camino, aunque sea mínimamente. La otra, es sentir la adrenalina que provoca la competición, ayudándome a exprimir mis capacidades, a sacar la mejor versión de mí mismo, para ayudar al equipo en la búsqueda de ese objetivo común.

Así que hoy, mientras el agua resbala por mi espalda, estoy tremendamente feliz: he tenido el privilegio de acompañar a estos chicos durante estas tres semanas y, después de más de diez meses alejado de las canchas, por fin, he vuelto a sentirme entrenador. ¡Cuánto te he echado de menos, voleibol!

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