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Miguel Rivera

No había pasado ni una semana del inicio del año y ya habíamos estado muy cerca de vivir una desgracia de las que se lamentan durante mucho tiempo: un accidente aéreo en el aeropuerto de Tokio Haneda, en el que un avión lleno de pasajeros ardía espectacularmente en la pista de aterrizaje tras colisionar tras tocar tierra con un avión de la guardia costera. La eficacia de la tripulación y el civismo del pasaje evitaron que hubiera que lamentar ni una sola víctima en la evacuación.

Aunque poco después se publicaron algunos vídeos del interior del avión con cierto caos y alguna escena de pánico (imaginen por un momento estar dentro de un avión en llamas), el orden y el civismo tan característicos de la cultura japonesa, el eficiente entrenamiento de la tripulación y las modernas medidas de seguridad en la construcción de aeronaves evitaron que hubiera que lamentar ni una sola víctima mortal entre los más de 370 pasajeros civiles del avión.

Una de las cosas que más me gusta de viajar, y les aseguro que lo hago mucho, es que es una oportunidad muy buena para observar el comportamiento de las personas: cómo se trata al personal de seguridad en el control del aeropuerto o a la tripulación, cómo se entra o se sale del avión o cómo se comporta en la terminal con el personal de tierra, dice mucho de una persona.

Quienes viajamos con cierta frecuencia tendemos a prestar poca atención, cuando no a ignorar directamente, la demostración de seguridad que efectúan los auxiliares de vuelo antes del despegue de la nave. Muchas veces pensamos que simplemente se trata de una repetición protocolaria y nos olvidamos de que quienes lo llevan a cabo son personal perfectamente entrenado para actuar ante cualquier emergencia que se pueda dar durante el vuelo o para llevar a cabo y asistir durante una evacuación de seguridad como la que tuvo que realizarse en el accidente de Tokio. Cada vez que veo esa demostración, me resulta imposible no fijarme en la parte en la cual se insiste en que, en caso de evacuación de la nave, es obligatorio dejar todas las pertenencias a bordo. Siempre me hago la siguiente pregunta: “¿cuánta gente estaría dispuesta a abandonar absolutamente todas sus pertenencias por salvar la vida de los que vienen detrás?” Y normalmente tiendo a ser pesimista en la respuesta, porque ya les he dicho en otras ocasiones que una de las cosas que más me preocupan de la evolución que le veo a nuestra sociedad es el exceso de individualismo que detecto en muchas de las situaciones que observo durante mi vida diaria. Llevarse consigo una maleta de un avión puede hacer que se entorpezca el desalojo de este ante una emergencia, condenando a los que vienen detrás a una muerte segura.

Por eso creo que el titular que encabeza esta columna refleja muy bien lo sucedido tras el accidente de la semana pasada: el civismo de los pasajeros del avión, así como su empatía para con los que venían por detrás, permitieron que casi 400 personas volvieran a nacer el pasado día 2 de enero. Les aseguro que, desde esta semana, prestaré más atención a las demostraciones de seguridad, me quitaré los auriculares y trataré con ello de ser mejor ciudadano.